AMEDEO MODIGLIANI, EL MAYOR ARTISTA SEFARDÍ DE LA HISTORIA

Reseña biográfica del pintor  y escultor que reinventó el retrato renacentista mientras él se hundía en la desesperación de la miseria, la incomprensión de su obra y las leyendas de la  bohemia parisina.


Eugenia Garsin y Flaminio M.

Livorno -en la Toscana- antigüo puerto franco de antigüa judería. 12 de julio de 1884. Flaminio, el prestamista romano, está en la ruina  tras malos  negocios en la isla de Cerdeña; y su esposa, Eugenia, descendiente de Baruj Spinoza,  en la cama, de parto. Los acreedores, en la puerta. Pero una antigua ley impide tocar todo lo que hay sobre la cama de una parturienta, así que la cama en la que acaba de nacer Amedeo Clemente rebosa  de muebles y objetos:  sillas y candelabros, vajillas y cuantos enseres pudiera sostener aquella cama. Los restos del naufragio.

Once años después, el niño, que dibuja, sufre un ataque de pleuresía, y en la adolescencia, fiebres tifoideas, que nunca curó del todo.

Muy joven, empezó a estudiar en Florencia bajo la dirección de Macchiaioli, impregnando sus ojos de arte clásico renacentista que luego saldrá renovado de sus manos : las poses de las diosas y las damas en los estudios anatómicos, la equilibrada melancolía del gesto de las modelos, los colores luminosos, el renacer de la cultura clásica , aristotélica, del justo medio (en un hombre que en la vida real era todo encanto pero también exceso) Dos años más tarde se matriculó en su sueño: la Accademia di Belle Arti (Escuela Libre de Nudo) en Florencia. Y de ahí , a la Academia de Bellas Artes de Venecia. Días de trabajo y estudio, esplendor y belleza. Noches de parranda y bajos fondos, oscuridad y grosería. Sólo tiene 20 años.

1906 -el mismo año del perdón nacional al capitán Dreyfuss- Modigliani se instala en una comuna para artistas sin blanca en Montmartre, una pedanía a las afueras de París. El epicentro artístico de la revolución del Arte del S. XX, cuando Picasso dio un puñetazo contra la mesa y partió la Historia del Arte en dos. Pero también el torbellino noctámbulo de la bohemia, las demie-mondaines, la absenta y el haschís. Max Jacob, con quien compartía cumpleaños. Apollinaire y Cendras, las mentes de cubismo. Soutine, Kissling, Chagall, Pascin, la pléyade de pintores judíos en la Escuela de París.

Tras un tiempo de reposo en Livorno, cruza su propio Rubicón y regresa a París para radicarse al otro lado del Sena,  en el falansterio para artistas de La Rouche, en Montparnasse. No sólo cruza el río: cruza de la pintura a la escultura tras irse a vivir con Brancusi, el mayor escultor del S XX. Hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, Modigliani -alias Modi- no pinta en absoluto, sólo esculpe. Junto a Brancusi estudia las formas primordiales del arte africano -los cuellos de la mujer jirafa-  y los mezcla con las formas primigenias del arte cicládico en la órbita cretense.  Quiere liberar a la escultura del efecto de Rodin y regresar de forma moderna a la escultura  tal cual la practicaban los griegos: en bloque, a cincel. Otra forma de reinventar el renacimiento, que lo que renacía era la antigüedad clásica, lo auténtico, bereshit.

Pero sus pulmones no resisten tanto polvo y tiene que abandonar la escultura.

Rico en miseria, conoce a un marchante judío, polaco, Leopold Zborowsky, que dispone del mecenazgo de un benefactor. Modigliani recibirá diez francos diarios pero las pinturas son todas de Zborowsky. Empieza entonces la etapa de los retratos que hoy tanto gustan. Pero el marchante no vende ni un sólo cuadro. Berthe Weill, alias la madre, galerista judía que cuida de sus artistas como una madre, le da una oportunidad y monta una exposición en las navidades de 1917. Dura abierta media hora: las fuerzas del orden cierran la galería por escándalo público, pues no es de recibo ver aquellos estudios anatómicos femeninos que mostraban el pubis reinterpretando a la  maja desnuda de Goya. . Será la única exposición individual que tenga en vida Modi.

Ese verano, la escultora de cabecera de Ben Gurion, Jana Orloff, deja el kibuttz para estudiar en París y le presenta a una modelo llamada Jeanne Hebuterne.

Modigliani es un seductor nato, con relaciones tormentosas con Beatrice Hastings, su primer amor serio, o amores adúlteros con la poetisa tártara Anna Ajmátova, a quien conoció en su luna de miel. Jeanne será no obstante la mujer de su vida, la mujer de su muerte, la madre de su hija y la hija de sus padres. Unos padres cercanos al fundamentalismo católico que no toleran que su única hija tenga amores con un pintorzuelo que no vende y que además de no ser francés es judío. Es tal el odio, que cuando ella da a luz a una hija, los abuelos -que tenían medios-  no ayudan a su sustento y la tienen que dejar interna en un hospicio.

La salud de Modigliani en 1919 se consume al mismo ritmo que la guerra se consuma. Y Jeanne vuelve a estar en cinta.

Modigliani muere el 24 de enero de 192o, con 37 años de edad. Los padres de ella se la llevan a casa y por la noche, en pleno duelo por su marido, escucha los planes que sus padres tienen para ella y para las criaturas que tiene en el hospicio y en el vientre. Jeanne, desesperada, incapaz de gestionar su pasado, incapaz de asumir su futuro, se tira por la ventana de un quinto piso y muere.

Al día siguiente, Moise Kissling, que ha hecho una colecta entre los amigos y colegas, organiza un enorme funeral para Modi, a quien despide París entero en el Pere Lachaise.  Al funeral de Jeanne no va nadie. Pero hoy ya yacen juntos.

La familia italiana se presenta en París y se lleva con ellos a Livorno  la hija del hospicio.

En 2010, Christie´s subastó una escultura de Modigliani en 43 millones de euros. En noviembre de 2015 un multimillonario chino compra un cuadro de Modigliani por 170.4 millones de dólares. La segunda obra más cara del mundo, sólo superada por los 179 millones de un Picasso.

Modigliani hoy es conocido como el pintor que pintó más estando muerto que estando vivo: a tal grado llega el número de imitaciones y falsificaciones de su obra.