CAÍN Y ABEL: ¿SOY GUARDIÁN DE MI HERMANO?

Caín y Abel, del libro de Be´Reshit: un episodio tanájico interpretado
por Adi Cangado.


“¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”

A lo largo de su historia,  el ser humano ha tenido que enfrentar la difícil tarea de asumir la muerte, de ser consciente del deterioro del cuerpo humano, de las enfermedades que le afectan y de la agonía de la incertidumbre sobre qué ocurre después,  cuando el último hálito se escurre entre los labios. En esta lucha el ser humano ha avanzado considerablemente. Después de decenas  de  miles  de años,  es capaz de paliar la enfermedad, prevenirla o curarla, o hacerla llevadera en aquellos casos en los que no se ha hallado todavía la poción sanadora, mejorando la calidad de vida de sus congéneres y alargando los años proporcionalmente: la infancia es más larga, el fervor de la adolescencia se prolonga más allá de la antigua madurez, y la edad madura ha retrasado la ancianidad, que llega tarde, afable y duradera. No obstante, quedan muchos lugares en el mundo a los que dichos avances científicos y sociales no han llegado, siendo un precepto para todos reparar dicha desigualdad.
Hemos enfrentado el dolor, la enfermedad e incluso la muerte a través de remedios físicos, pero muchas tareas siguen pendientes. Una responsabilidad universal recae sobre nosotros, y siempre habrá en el mundo un hambriento, un perdido, un enfermo, alguien privado de libertad injustamente, un perseguido, un castigado, un siervo y una esclava, hombres y mujeres. En este sentido el relato de Caín y Abel resulta esclarecedor (ver Gén. 4:1-6:8).
Cuando Eva da a luz a su primer hijo,  decide llamarlo Caín, pues dice «kaniti»  he ganado [o he adquirido] un varón con (la ayuda d)el Eterno» (Gén. 4:1). Es frecuente en la Biblia Hebrea que las madres (y en algún caso los padres) describan la razón por la cual se le ha dado nombre al niño o a la niña;  frecuentemente el nombre propio está relacionado con los acontecimientos que rodean a su nacimiento o el estado anímico o social de la madre. Más tarde,  Eva vuelve a tener un bebé al que da el nombre de Abel, en hebreo «hébel» , sin que en este caso se dé explicación alguna. Sabemos que a lo largo de la Biblia es común que el primogénito sea relegado a un segundo plano, ganando protagonismo el hijo menor. Esto podría ser una señal del rechazo que los antiguos israelitas podrían haber sentido hacia la institución de la primogenitura carnal, que era la ley establecida para muchos de sus pueblos vecinos. Aunque no se explique su origen, en este caso el nombre propio del hijo menor habla por sí mismo, y nos aporta información valiosa de la vida de su portador. La  palabra hébel  significa  en hebreo «vanidad», «soplo» o «brisa muy tenue». Algo breve, que pasa rápidamente y desapercibido. Muchas veces el texto bíblico dice que la «vida es como un hálito» que pasa de largo como una sombra, haciendo referencia a su brevedad. En el salmo 103, por ejemplo, se dice (versículos 15 y 16):
“El hombre, como pasto (son) sus días; como la flor del campo, así brotará. / Cuando un viento pasa sobre él, ya no está; y no lo reconoce ya (a él) su lugar.”
La vida de Abel es breve, pues Caín matará a su hermano, en lo que resultó ser el primer homicidio de la historia. Si continuamos la lectura, se nos cuenta cómo Caín llevó una «ofrenda», en hebreo minjá, al Eterno, y continúa diciendo ve-Hébel hebí gam hu mi-bejorot tsonó (…) vaísha Adonai el Hébel ve-el minjató «y Abel trajo también él de los primogénitos de su rebaño (…) y prefirió el Eterno a Abel y su ofrenda» (Gén. 4:4).
La tradición judía considera que Caín era agricultor mientras que Abel tenía un rebaño y que, por lo tanto, el relato expresa metafóricamente la agresividad y los peligros de la vida sedentaria, o de las ciudades, frente al pacifismo de las culturas nómadas. También suele interpretarse que la ofrenda de Caín era vegetal, frente a la de Abel, que era de un cordero joven. Pero creo que debemos leer más en profundidad y prestar atención a la literalidad del texto. Al escuchar detenidamente encontramos lo siguiente: «y Abel trajo gam hu también él de los primogénitos de su rebaño (…) y prefirió el Eterno a Abel y minjató su ofrenda». Lo que parece decirnos el texto es que ambos llevaron la misma ofrenda, pues a ambas se refiere el texto con la palabra hebrea minjá, «ofrenda», y parece que la ofrenda consistía en el mismo sacrificio y por eso el texto dice gam hu «también él», ¿lo qué también? De lo mejor de su rebaño. Entonces, ¿por qué Dios escogió la ofrenda de Abel y no la de Caín?
El Universo escoge, pero no da ninguna explicación. ¿O tal vez sí? Dios le dice a Caín: «seguramente, si hicieses lo que es correcto …» (Gén. 4:7). Tal vez Caín no era un hombre recto ni lo era su conducta. Caín lleva a Dios una ofrenda, es decir, se acerca a él con toda la pompa y adornos de un oferente, que se atavía externamente con símbolos y túnicas, pero que no alberga reverencia en su corazón ni se comporta correctamente con su prójimo. Sin embargo Abel es buena persona. Abel no lleva a Dios una ofrenda, sino «de los primogénitos de su rebaño». Realiza el sacrificio sin que para él suponga una ofrenda. Abel se enfrenta a cada segundo de su vida con reverencia, y el sacrificio no es especial en comparación al resto de su vida: toda su vida es un ejemplo. Pero Dios sabe identificar la ofrenda, incluso de aquellos que no consideran que estén siendo religiosos en un determinado momento y los recompensa. En el Midrash se recoge esta cita en boca de Abel: «Mi sacrificio fue aceptado porque mis buenas acciones excedían las tuyas» (Yonatán ben Uziel; también Bereshit Rabá 22:8). Abel no es un hombre dado a los ritos pero sí un hombre recto. Caín perpetúa su comportamiento falto de ética, pero, lleno de hipocresía, se atreve a ofrecer su sacrificio a Dios. Al final Caín no entiende por qué la ofrenda de Abel es escogida y no la suya. Por eso, tal vez ante la ceguera que produce la incertidumbre y la incomprensión, mata a su hermano.
Después del terrible crimen, Dios le pregunta a Caín: » e Hébel ajija «¿ en dónde (está) Abel,  tu hermano?». Dios sabe dónde está Abel pero quiere dar a Caín la oportunidad de confesar, de reconocer su delito y arrepentirse. Pero Caín responde con rebeldía:  «lo yadati «no sé (lit. no sabía)». ¿Qué “no sabía”? ¿Que era mi hermano? ¿Que ha desaparecido? Y pregunta: » ha-shomer ají anojí «¿(acaso) el guardián de (lit. el que guarda a) mi hermano soy?» (Gén. 4:9). La respuesta de Caín, debemos reconocerlo, la hemos dado muchas veces. Para aquellos que creemos que, más allá de nosotros y a través de nosotros, una fuerza nos empuja en armonía con la naturaleza hacia un mundo más justo (fuerza a la que llamamos «Dios»), un sentido moral que nos cuida y que hace justicia por nosotros, resulta incomprensible que haya mal en el mundo. Sin embargo, Job lo dijo, «ciertamente Tú (Dios) no  puedes  hacerlo  todo».
Tenemos que reconocer que la mayor parte de los problemas los causamos los seres humanos; y debemos aplacarlos también. En el Talmud , Rabí Shimón bar Yojai trata de explicar la argumentación de Caín. Cuando Dios preguntó dónde está Abel, Caín respondió, “¿acaso soy el guardián de mi hermano? Tú eres Dios. Tú has creado al hombre. Es Tu trabajo cuidar de él, no el mío. Si creías que cuanto iba a hacer era malo, ¿por qué no lo impediste?”. Caín responsabiliza a Dios.
«Mea asita? Kol demé ajija tsoakim elay min ha-adamá “¿Qué hiciste? ¡Escucha! Las sangres de tu hermano lloran hacia Mí desde la tierra” (Gén. 4:10). ¡Caín! ¡Escucha! ¡Escúchala tú mismo! El clamor de la sangre derramada. ¿Qué has hecho? ¿Acaso no te das cuenta? ¡Asume tu responsabilidad!
Habiendo garantizado al ser humano libertad moral, Dios, en cierto sentido, comparte con aquél la culpabilidad de cada transgresión. Aunque el hombre puede preguntarse dónde está Dios cuando la calamidad ocurre, la ausencia (o la negativa) de lo Divino para contestar nuestras peticiones o la sensación de soledad que genera en nosotros no reducen la responsabilidad del ser humano por sus malas obras ni por sus omisiones. La libertad encuentra así un contrapeso en la  responsabilidad. Cuando nos equivocamos, debemos afrontar las consecuencias de nuestros actos. No por esconder el cuerpo de Abel pudo Caín escapar a su castigo. El grito de la sangre derramada es escuchado y no quedará impune el criminal que la derramó.
A la pregunta «¿acaso soy el guardián de mi hermano?» cada uno de nosotros debería responder: “Sí, lo soy”. Como dijo aquel gran orador, «para mí nada que es humano es ajeno a mi simpatía». Cuando nuestro vecino muere de hambre, hemos fallado. Cuando en la mayor parte del mundo los niños recién nacidos no disponen de vacunas que tienen un coste ridículo en el mundo desarrollado, hemos fallado. Cuando una mínima disposición personal al día podría dar comida a un desamparado pero aun así no damos el paso para ayudar al prójimo, hemos fallado. Cuando «permanecemos impasibles ante la sangre del prójimo» (citando a Lev. 19), hemos fallado. Cuando sabemos que se cometen injusticias en la puerta enfrente a nuestra casa y no lo denunciamos, hemos fallado.
Todos somos guardianes los unos de los otros y debemos cuidar los unos de los otros y procurar la justicia para todos.