EL GORDO CRISTIANO, SU ABUELA Y EL MÉDICO JUDÍO DEL CALIFA

Hª de cómo el rey Sancho I , en Medina Azahara, recuperó su trono con la ayuda de Jasdaí Ibn Shaprut.


 Abdemarramán III, primer califa omeya de Córdoba, creador de la fastuosa ciudadela de Medina Azahara, donde gobernó entre 912 y 929, era hijo de una cristiana. Su madre – llamada por unos Muzna, (Nube) y por otros Muzayna, (LLuvia)- fue una mujer de origen vasco que fue hecha cautiva por las huestes musulmanas de un importante canciller del emirato cordobés, Muhamad. La joven pasó a engrosar el numeroso harén de este señor. Pero la nueva concubina del mandatario mahometano no era cualquiera: era nieta de Fortún Garcés, miembro de la Casa Real de Navarra. Y era, además, hija de conde Aznar y  hermana de Doña Toda Aznárez, reina consorte, esposa del rey Sancho Garcés I del reino de Pamplona (hoy capital de Navarra). Muhamad y Muzna fueron padres de un niño, que con el tiempo será Abderramán III.

Península Ibérica en el año 1000.

Sancho I de León -hijo de Ramiro II y Doña Urraca, era nieto de Toda. Pero no sucedió a su padre: lo hizo otro hijo de Ramiro, Ordoño. Sancho, no obstante, pretendía reinar , para lo cual contaba con el apoyo de parte de la nobleza, el conde Fernán González, y su abuela Toda. Consiguió hacerse con el trono cuando murió Ordoño, en 956. Pero no contaba con un impedimento de naturaleza física: Sancho engordaba y engordaba día sí y día también. Tal era su obesidad -dicen las crónicas- que ni podía montar a caballo. De hecho apenas podía caminar, pues su osamenta era incapaz de sostener aquellas cantidades ingentes de grasa. Así que dos años después, en 958, una coalición de noble castellano-leoneses le destronó por inhábil para reinar pertinentemente. Pero tenía a su abuela, Doña Toda, que dedicó todos sus días y sus noches a la empresa de retornar a su nieto al trono de León.

 Toda, a la sazón reina consorte de Navarra, era -como ya dijimos- tía de Abderramán III (hermana de la madre de éste, Muzna) El caudillo omeya, que había llevado Córdoba a capital de un califato -la época más esplendorosa pero breve del Al Andalus- tenía como visir (primer ministro) a un judío que antes que nada era sabio en las artes de la medicina: JASDAY IBN SHAPRUT.  Dña. Toda sabía que, posiblemente, este hebreo de la corte califal fuera, en aquellos momentos,  el mejor médico de la Península Ibérica. Así que se puso en contacto con su sobrino en la gloriosa ciudadela de Medina Azahara para concertar un tratamiento médico con el médico judío. Abderramán siempre obedecía a su tía carnal: ya lo había demostrado en en 934, cuando el musulmán emprendió una aceifa contra el reino de Pamplona y Dña- Toda le recordó que no era de recibo cargar contra su propia sangre….Así que, ahora, Abderramán también sería considerado con ella; sobre todo porque el pago del tratamiento médico era cederle una serie de plazas en la Ribera del Duero.

Salón Rico, Medina Azahara

 El séquito real que partió de Pamplona estaba compuesto por la propia Dña Toda,  su nieto Sancho I y la esposa de éste, Teresa Ansurez, hija del conde de Monzón.  Abderramán y  Jasday  recibieron a los nobles pamplonicas con la gran pompa que se estilaba en Medina Azahara para impresionar a sus embajadores. Una vez aposentados en dependencias acordes a su rango, Jasday (y no Hasday, que en español no escribimos como los ingleses) rápidamente se puso manos a la obra con un tratamiento de choque.

 El proceso duró todo un año. Lo primero que Ibn Shaprut hizo fue encadenar al monarca a una cama para que no tuviera acceso a las despensas de palacio. Después, ordenó que sellaran -cosieran- la boca del rey, para que sólo pudiera ingerir alimento mediante la succión de una caña. Durante cuarenta días sólo tomó infusiones de hierbas de la gran farmacopea de los judíos de entonces. El objetivo era provocar grandes vómitos y diarreas. Acabada esta primera fase, le desencadenaban de la cama para hacerle practicar ejercicios físicos cada vez más exigentes; después,  lo llevaban a los baños de vapor de Medina Azahara para que sudara todo lo que fuera posible. Y para tratar la flacidez de la piel, un esclavo le daba masajes. La alimentación, por supuesto, totalmente estudiada. Teresa, la reina conosorte, no daba crédito: su esposo el rey se había convertido en un hombre si bien no delgado, sí robusto y fuerte; y además, había adquirido una gran cultura, pues Jasday Ibn Shaprut había convencido a Abderramán III para hacer del califato cordobés un lugar que sobrepasaría en cultura y ciencia a las mismísimas Roma y Constantinopla.

Monasterio de Suso. La Rioja. A la derecha, las tres tumbas de las reinas de Navarra, una de ellas la de Dña. Toda. A la izquierda las de las mujeres de los Infantes de Lara.

Dña Toda, aquel año de 959, ordenó partir hacia Pamplona con un inaudito ejército compuesto por musulmanes y pamplonicas. A su paso por las tierras castellanas reconquistadas, caían ciudades como moscas. Ordoño, el rey que ocupó el trono de Sancho, tuvo tal pavor ante las evidencias y los acontecimientos, que huyó tras los montes de la Cordillera Cantábrica -siempre parapeto- y se refugió en Asturias. Fue así como Sancho recuperó el trono, reinando por segunda vez entre 960 y 966. Toda no lo vio con la corona ceñida en su cabeza, porque vieja y agotada, falleció antes de que eso sucediera. Ordoño falleció en Medina Azahara en 962, cuando fue a ver al nuevo califa, Aljaquén II, para ofrecerle como rehén a un hijo. Ibn Shaprut Al Yayani (el jienense) falleció más tarde, en 975, unos años antes del desmembramiento del califato cordobés por la conquista del integrismo coránico de los bereberes.

Los hechos no sólo muestran las relaciones entre las cortes cristianas y musulmanas en la Alta Edad Media de la Península Ibérica: también muestran  una de las primeras ocasiones en que el papel de los  judíos ayudan a los reyes cristianos, después del periodo de reino visigodo, donde era impensable algo así.

Bibliografía:

Maeso, Gonzalo (1956). «Un jaenés ilustre, ministro de dos califas (Hasday ibn Saprrut)». Boletín del Instituto de Estudios Giennenses