FANNY COHEN, SUPERVIVIENTE SEFARDÍ DE LA SHOÁ

 Un testimonio de quien posiblemente fuera la última superviviente española del Holocausto, fallecida en Málaga en el verano de 2017-


Durante los internamientos en los campos hubo mujeres que,  pudiéndose haberse salvado de entrar a las cámaras de gas, no fueron capaces de abandonar a sus hijos y entraron con ellos abrazados al cuello. También hubo hijas que, pudiéndose haber salvado de haber sido arrestadas por la SS, no fueron capaces de dejar solas a sus madres. Es el caso de la señora Fanny Cohen, z´´l.

Durante años le fue imposible hablar del Holocausto en público. Tal es así que, cuando al final pudo superarlo -en los dos últimos años de su vida- pidió que su nombre real permaneciera en el anonimato. Y entonces habló de dos nombres que para ella significaban un horror mayor del que nosotros podemos imaginar:  Auschwitz y Mathausen.

Lillianne, que era como le hubiera gustado llamarse, falleció a los 90 años de edad el pasado mes de julio,  entre sus familiares de Málaga. Pero sus últimos cincuenta años los vivió en Algeciras (Cádiz)

Nació en Milán, en el seno de una familia sefardí que llegó a Italia desde Turquía. En la primavera de 1944 vivía con su madre, Sara-que hablaba en judeoespañol- en la localidad francesa de Nimes. Fueron allí apresadas por la Gestapo tras haber sido denunciadas por un vecino francés que necesitaba el dinero que daban por la delación. El padre estaba en Tánger. Fanny podía intentar huir, ya que cuando llegaba a casa la avisaron de no entrar, que estaba dentro la Gestapo. Pero no podía dejar sola a su madre y entró.

En un tren que partió desde Marsella fueron internadas en la atrocidad llamada Auschwitz.  Como era ya una muchacha de 17 años tuvo suerte y no fue como los niños -que no podían trabajar- directa a la cámara de gas. Como era chica, no la separaron de su madre. Tatuada como el número 5528. A sus hijos, cuando preguntaron por aquel horrible tatuaje,  les contó que era el número de tfno. de un novio que tuvo en Italia.

En tres ocasiones estuvo a un segundo de morir asesinada: una, por haber sido acusada de robar un trozo de pan, pero no se encontraron pruebas; las otras dos, por algo así como exceso de cupo en la cola de las cámaras de gas. Una vez fue elegida como esclava sexual, pero una guardiana mintió diciendo que era mejor escoger a  otra, que ella  estaba estaba con pulmonía. Sólo llevaban un pijama de rayas y unos zuecos. Comían una sopa infame una vez al día sazonada con bromuro en altas cantidades. No tenían ni la regla de tan espantosa alimentación, penosas condiciones de vida y sobre todo, el dolor.

Su trabajo consistía en mover sacos de tierra  un lado a otro desde las cinco de la mañana. Insultos. Palizas. Dice que se convirtió en una sonámbula y que llegó a caminar sobre cadáveres. Luego madre e hija fueron separadas. Fanny vivió la liberación estando presa en Mathausen. Cuando vio llegar a sus liberadores tuvo miedo porque no se podía imaginar a qué venían.   Pesaba 19 kgs. La envolvieron en una manta y la ingresaron en un hospital.

Se fue a París. Al llegar vio un niño en la calle con panes y se los robó, porque en su mente estaba la obsesión de tener pan. Se hospedó en casa de una amiga. Dormía abrazada al pan, porque por la noche, en los campos, dice ella,  se robaban el pan unas a otras. Le costó años deshacerse de la obsesión de tener pan.

Al ser la superviviente más joven de Francia se hicieron eco de ella en la prensa. Se publicó en un diario de Ceuta y su padre lo leyó.

Después, en Ceuta,  vino un proceso:  el duro trago de volver  a ser persona,  dejar de ser la sonámbula en que la habían convertido en Alemania.  Y allí , en Ceuta, conoció a quien sería su marido, Samuel Barchilón. A principios de los ´60, la familia se instaló en Algeciras, donde el padre tenía una conocida correduría de seguros. Falleció hace dos años. Entonces Fanny pasó a vivir con un hijo en Málaga.

Cuando se le preguntó por su reticencia a hablar del Holocausto con nombre propio explicó que no era por ella, sino por sus hijos y nietos, por un profundo temor a que un día pudiera pasarles algo, que el antisemitismo sigue aquí, que el horror no terminó el día que liberaron a los que lograron sobrevivir.

A Auschwitz nunca quiso regresar, pero sí visitó Yad Vashem, en Jerusalén.

Bendita sea su memoria