
Historia de la hermosa judía de Tánger que en el S XIX pereció decapitada por ser fiel a sus principios.

Eugenio María Romero, novelista español que pululó mucho por el Marruecos del S XIX, escuchó un día una terrible historia de un judío de Tánger, Isajar, quien le relató el tristísimo destino en que había acabado la vida de su hermana. Romero escribió después toda la historia y se publicó en España en 1837 bajo el título «El martirio de la joven Hachuel o la heroína hebrea, crónica de aquellos hechos reales.» Se edita, a expensas ni más ni menos que del Duque de Rivas, gran representante de la literatura romántica española, en Gibraltar, en 1837.
Y de aquí , de esta primera versión de los hechos, parten otras dos historias, ya contaminadas por dimes y diretes varios que tienen que ver más con el folclore y el morbo que con la verdad y la verosimilitud. De hecho, hasta se compusieron romances sobre el caso de la decapitación de la hermosísima Sol, y su eco traspasó fronteras rápidamente hasta aparecer en la incipiente prensa europea. Alfred Dehodencq, el primer pintor europeo en pasar una larga temporada en Tánger, tras haber vivido diez años en Sevilla, en 1860 pintó un cuadro titulado Ejecución de una judía marroquí (Sol Hachuel), que podéis ver en esa foto.

Jaim Hachuel, comerciante y talmudista en aquel Tánger de principios del S XIX, se casó con Simja, que le dio dos hijos: Isajar y Sol. La muchacha había nacido en el año de 1817 -el mismo año en que una epidemia de peste asolaba la vecina Argelia y que acabaría por menguar la población marroquí en un 20% en 1818.
Pero Sol -Suleika, como la llamaban los musulmanes- no sólo creció sana sino además hermosísima, lozana, de una belleza legendaria. Israel Joseph Benjamin, un explorador judío que visitó Marruecos a mediados del siglo XIX dijo de ella que «jamás el sol de África había alumbrado una belleza más perfecta» que la de Sol Hachuel. Benjamin escribió que sus vecinos musulmanes habían dicho que «era un pecado que tal perla permaneciera en posesión de los judíos» y que «sería un crimen dejarles tal joya».
En 1834, reinando en Marruecos el sultán Muley Abderrahman, el califa de Tánger se enamoró de esa belleza hebrea; ordenó la llevaran a su presencia y le propuso desposarse con él. Ella respondió que como judía que era no podía casarse con un musulmán. Desairado, el califa ordenó que la confinaran en una torre -la secuestró y encadenó – ordenando que se prepararan los grandes esponsales. Sus padres apelaron al vicecónsul español, Don José Rico, en busca de ayuda, que hizo lo que pudo para liberar a la chica, pero sus esfuerzos fueron en vano.
Después de tres semanas encarcelada, fueron a buscarla para que se consumara la ceremonia matrimonial. Pero ella rehusó. Su osadía ante el despostismo del jerarca traspasó la línea roja. Fue entonces cuando -dicen- fue torturada para que admitiera la conversión al islamismo. Tanto persistió en que judía había nacido y judía quería morir que judía moriría.
Fue llevada a Fez , a costa del padre, bajo amenaza de 500 azotes, para que el sultán fuera quien decidiera su destino. Finalmente, Don José Rico pagó la suma requerida porque el padre de Sol no podía permitirse semejante suma de dinero. El Qadi de Fez, la máxima autoridad judicial musulmana, convocó a los sabios judíos de Fez y les dijo que, a menos que Sol se convirtiera al Islam, ella sería decapitada y, es más, la comunidad judía castigada.
Ella no obedeció a los sabios judíos , a los jamamím, que la imprecaron a convertirse para que no cayera sobre la comunidad más desgracia. Pero ella , como los judíos de la Disputa de Tortosa, siguió, terca y tenaz, en sus 13 (principios del judaísmo según Ha´Rambám)
Fue finalmente declarada culpable y condenada a muerte. El Qadi dictaminó que su padre correría con los gastos de su entierro. Sol Hachuel, Lala Lalika, fue decapitada en una plaza pública en la capital imperial, Fez.
Como dijimos, en 1837, en Gibraltar, Eugenio María Romero, redactor de la Revista Nacional Patriótica, publicó un libro narrando el episodio del martirio de Sol Hachuel. Tuvo tanto éxito, que al año siguiente se editó en Madrid una segunda edición y tras el encomio de críticos extranjeros se tradujo al francés y al inglés.
Se puede leer en línea en el siguiente ENLACE
Romero, en su obra literaria, describe las emociones de los ciudadanos de Fez en el día de la ejecución: «Los moros , cuyo fanatismo religioso es indescriptible, se prepararon para presenciar la horrible escena; los judíos de la ciudad … se conmovieron estremecidos con profundo dolor, pero no podían hacer nada para evitar aquella injusta tragedia …. » Sus últimas palabras a sus torturadores fueron: » No me hagáis persistir -decapitadme de una vez , para morir como yo, inocente de cualquier delito, el Dios de Abraham vengará mi muerte. «
