JOSÉ O LA ECONOMÍA DE SALVACIÓN FRENTE AL TOTALITARISMO

  Un interesante comentario al libro cuyas parashot han empezado a leerse esta semana, el Libro  de «Shemot» por Betsalel H.G. para Sfarad.es.


José o la economía de salvación frente al totalitarismo

El Éxodo comienza recordando los nombres de los hijos de Israel que bajaron a Egipto huyendo del hambre. Los esperaba José, el hijo amado de Jacob, quien había prosperado allí, tras terribles episodios de esclavitud y presidio. Sin embargo, su capacidad de prognosis le hizo triunfar por sobre el presente, tal y como se desprende de su interpretación salvadora de los sueños de Faraón acerca de las vacas robustas y las vacas macilentas. José se presenta como el hábil líder político, que idea e implementa un plan económico destinado a salvar la vida de los hombres. La lucha por la prosperidad es en José una forma de arrinconar al destino inapelable de la carestía. José es la inteligencia que salva y vence al destino; es la razón económica puesta al servicio del futuro común.

Ésta es una de las ideas más potentes con que nos despedimos del Génesis. Y justo por ello, sorprende tanto la dialéctica de recuerdo y olvido con que se inaugura el Éxodo. El lector conserva en su mente las muertes de Jacob y José con que termina el libro anterior y se adentra en el siguiente con la enumeración de los nombres de la generación de los hijos de Israel. La necesidad de recordar esos nombres, sin embargo, se contrapone con el señalamiento de un olvido funesto para Israel que, al cabo, será el punto decisivo para la emergencia de la libertad y de la enorme figura del mayor profeta de Israel. Pues bien, Moisés sólo es posible por el olvido culpable de Faraón sobre José.

La Torá dice que se levantó en Egipto un nuevo rey que no había conocido a José. Es decir, el nuevo poder político había construido un relato de olvido sobre Israel que, sin embargo, no pudo imponer. Una de las formas en que un poder se hace total es cuando administra el olvido, es decir, aquello que ya no ha de ser relatado o cuyo rastro queda tan lejano en la memoria del presente que ya no puede impulsar ni el haz de una leyenda. Pero Faraón no pudo instaurar el olvido de quien, tiempo atrás, había sido la salvación de la tierra que gobernaba. En realidad, el nuevo rey de Egipto no había olvidado a José, sino que pretendía barrer su memoria de la faz de la tierra. Cuando leemos que no había conocido a José, en el fondo podemos interpretar que no quería reconocer gratitud alguna al pueblo que había salvado su tierra. Y a tal efecto, este nuevo faraón se nos presente en realidad como un Anti-José. Explicaré por qué.

La obra de José en Egipto fue más allá de la tierra de Faraón. Su proyecto de almacenamiento de grano y todo tipo de productos no sólo dieron de comer a los egipcios, sino que todos los pueblos de alrededor pudieron comprar a Egipto grano suficiente para salvarse del hambre. Ello engrandeció a los faraones sobre toda la tierra e hizo su poder aún mayor. José había planificado la economía para salvar a todos los pueblos, pero ello tuvo el efecto colateral del engrandecimiento político de una potencia incontestable. Uno de aquellos pueblos salvados, obviamente, fue el propio pueblo de José, Israel, que vino a vivir en la tierra de Egipto, lejos de la Tierra Prometida.

Pues bien, el nuevo faraón quería, necesitaba de hecho, olvidar y hacer olvidar, la memoria de aquel prodigio de inteligencia político-económica. El recuerdo de José implicaba una merma de su legitimidad como rey soberano, pues su poder siempre sería la consecuencia de la política económica llevada a cabo por un hombre que no pertenecía a Egipto, sino a uno de los pueblos que estaban bajo su dominio. Un rey que no está dispuesto al generoso gesto del reconocimiento de la inteligencia es un rey funesto. Por eso, este nuevo rey se tiene que convertir en el Anti-José. Y para lograrlo tiene que imitarlo, hacer lo que hizo José, pero desnaturalizando su espíritu.

José fue el gran planificador del almacenamiento. Lo vemos llevar a cabo su plan con entusiasmo, seguro de que su proyecto es un procedimiento para la felicidad de los hombres. Sin embargo, el nuevo faraón, ése que parece que no conoció a José, lo primero que hace es imitarlo, pero desnaturalizándolo: él también construye ciudades de almacenamiento, pero no para beneficiar a los hombres, sino para oprimir a los hebreos, a quienes obligaba a trabajar en ellos forzadamente como esclavos; y no para suministrar alimento a los pueblos, sino para atesorar el producto en su poder. Donde José había pensado en términos de justicia y rentabilidad, el nuevo faraón estaba pensando en términos de esclavitud y acaparamiento. Así, junto a la dialéctica recuerdo-hebreo/olvido-egipcio, Shemot ofrece otra tensión dialéctica: la que se produce entre José/Anti-José, que en realidad es la misma que la de Justicia distributiva/Acaparamiento o Racionalidad económica/irracionalidad económica. Esto se ve muy claramente en el importante episodio de la paja. Faraón prohíbe que se facilite paja a los hebreos para que, de este modo, les fuera casi imposible cumplir la cuota de ladrillos diarios si no era a costa de grandes sufrimientos. A todas luces, la Escritura señala que la productividad no era un asunto que preocupara al egipcio, sino sólo el sádico objetivo de hacer sufrir a Israel. Faraón podía obtener de aquel pueblo mucho mayor producto si le abastecía de paja para fabricar ladrillos. Sin embargo, su objetivo no era la producción de riqueza, sino la fabricación en masa del sufrimiento del pueblo hebreo. Moisés se revelará como el gran profeta porque fue él el primer ser humano que reaccionó contra la intolerable tendencia de todo poder totalitario a construir campos de sufrimiento en masa.

 © Betsalel H. G