Dos obras literarias de los S XVI y XVII, del arzobispo de Toledo y de Fco. de Quevedo, consideradas inspiración de la mayor obra antisemita de la historia: Los Protocolos de los Sabios de Sión.
EN 1902, cuando en el Imperio ruso se habían ido perpetrando los numerosos y cruentos pogromos zaristas contra los judíos, se publica un libelo antisemita -uno más- conocido por el título de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Su objetivo era disculpar dichos pogromos. Y para ello se escenifica una ficticia reunión de presuntos sabios hebreos que tratan la confabulación judeo-masónica para controlar el mundo.
No tuvieron gran difusión hasta 1917, cuando tras la Revolución de Octubre hubo que buscar de nuevo el chivo expiatorio del judío; en 1921 su fama se acrecentó al hacerse eco de la obra el diario inglés The Times, que acusaba la obra de ser un plagio del “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, escrito por el autor satírico francés Maurice Joly en el año 1864.
Pero mucho antes –y así lo demuestran estudiosos del tema- en España aparecen dos obras consideradas fundamentales para la creación de la macro-estructura literaria del libelo antisemita.
Por un lado, «La Carta de los judíos de Constantinopla» , escrita por Juan Martínez Silíceo, arzobispo de Toledo a mediados del S XVI, y que es una obra destinada a convencer al cabildo de la catedral de Toledo y al príncipe regente, futuro Felipe II, para que se aprobara y confirmaran los estatutos de limpieza de sangre, forma legal para la segregación entre cristianos nuevos y cristianos viejos, conversos y católicos añejos. Lo logró en 1556.
Martínez Silíceo, obsesionado enormemente con el asunto de la higiene sanguínea, nada más acceder al arzobispado toledano solicitó se ratificaran los estatutos que hasta entonces sólo se habían ratificado en un lugar de la corona de Aragón, la Catedral de Valencia; además, un converso que pretendía ser canónigo cuando su padre había sido perseguido por el Sto. Oficio espoleaba su inquina contra los conversos. El arzobispo acabaría consiguiendo que el Papa revocara el nombramiento de la canonjía y el 23 de julio de 1547 convocó una reunión del cabildo en la que por 24 votos contra 10 se aprobó un estatuto de limpieza de sangre. Los arcedianos de Guadalajara y de Talavera de la Reina no tardaron en protestar y amenazaron con apelar al Papa. Es preciso notar que también se opuso el ayuntamiento de Toledo porque despertaría «odios y perpetuas enemistades«, así que pidió la intervención del príncipe Felipe, que gobernaba los reinos peninsulares en ausencia de su padre, el rey Carlos V. Así que en septiembre de 1547 el estatuto fue suspendido, pero en 1555 el papa lo aprobó y a continuación Felipe, ya rey, lo ratificó.
Silíceo , para luchar por su empresa antisemita, se pertrechó de toda la documentación encontró a su paso para demostrar lo que según él era la vileza de la herejía hebrea: actas de todos los alborotos y matanzas del S XV, el crimen ritual del Santo Niño de La Guardia, la revuelta comunera, etc. Y entre tanto documento insertó una supuesta carta de «Los Príncipes de la Sinagoga de Constantinopla» , dirigida a los rabinos de Zaragoza, que habrían pedido su opinión sobre la actitud que deberían tomar los judíos ante el decreto de expulsión de los judíos de España en 1492. En la carta se decía a los judíos, especialmente a los ricos, que serían bien recibidos en Constantinopla:
Por otro lado, en 1650, Fco. De Quevedo publica la obra “La hora de todos y la fortuna con seso”, en el que inserta un relato titulado “La isla de Monopantos”, de marcado carácter antisemita y en concreto contra el Conde-Duque de Olivares, a quien Quevedo tiene especial inquina por ser el valido del rey Felipe IV y por , según él, ir en contra del cristianismo y a favor del judaísmo. “(…)ratones son, Señor, enemigos de la luz, amigos de las tinieblas, inmundos, hidiondos, asquerosos, subterráneos«; «sólo permite Dios que dure esta infernal ralea para que, en su perfidia execrable, tenga vientre donde ser concebido el Antecristo«. (…) son algunas de las enrevesadas manifestaciones conceptistas que el autor utiliza par manifestar su odio cerval a la judería.
Era tal el desparrame verbal que hasta él mismo quiso ser prudente al publicarlo: lo hizo bajo pseudónimo de Nifroscancod Diveque Vagello Duacense –anagrama de Francisco Gómez de Quevedo y Villegas.
Los monopantos son los cristianos que habitan en un supuesto archipiélago del mar Negro: tienen un enorme parecido con los «hebreos disimulados de cristianos» —es decir los marranos— pues son tan hipócritas y disimulados «que todas las leyes y naciones los tienen por suyos«. Su jefe es Pragas Chincollos, que en el manuscrito de la obra pone que era «Gaspar Conchillos, conde-duque» —y Conchillos era el apellido de una antepasada judía de Olivares—. Durante la reunión el Raabí Saadías pronuncia un discurso en el que Quevedo recoge todos los tópicos antisemitas. Saadías declara además que los judíos están detrás de la Guerra de los Treinta Años que amenaza el poder de los Austrias: «Nosotros tenemos sinagogas en los Estados de todos estos príncipes, donde somos el principal elemento de la descomposición de esta cizaña«. A continuación el portavoz de los monopantos pide la unión entre ellos y los judíos para destruir la Cristiandad y llegar a ser los amos del mundo. Pero entonces interviene la Fortuna y comienzan a pelearse entre ellos. Ambos grupos por separado fundan la «la nueva secta del dinerismo, mudando el nombre de ateístas en dineranos«.
Alvarez Chillida sostiene que Quevedo compuso este libelo siguiendo la Carta de los Judíos de Constantinopla, que muchos autores europeos conocieron en el S XIX , para imitarla, cuando en Europa estaba teniendo lugar el movimiento intelectual de la emancipación judía , La Haskalá. Según Joseph Perez, tras el escándalo antisemita del Asunto Dreyfuss, estas dos obras españolas serán fundamento general para la redacción de los Protocolos de los Sabios de Sión, también una ficción destinada al auto-inculpamiento de los judíos como confabuladores del complot por dominar el mundo. El hispanista neerlandés J.A. Van Praag, citado por Pérez, llegó a la conclusión en 1949 de que Hermann Goedsche, el autor de Biarritz, uno de los dos libros en los que se «inspiró» el agente ruso que escribió en París los Protocolos, debía conocer la obra de Quevedo -era un gran conocedor del mundo hispano- y que es a través de éste de donde beben las fuentes rusas de los Protocolos.
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