LOS LINAJUDOS

 Notas sobre uno de los grupos más execrables de la sociedad española en el Siglo de Oro


 Las diferentes oleadas de judíos conversos al cristianismo  en la corona castellano-aragonesa crean, como sabemos,  dos grupos de neocristianos: por un lado, el de los cripto-judíos, que fueron  acosados por las autoridades inquisitoriales y cuyos destinos eran la huida o el auto de fe y , por otro lado, el grupo de los que consiguen borrar su pasado judío y medrar dentro del nuevo  aparato administrativo de la monarquía  hispánica del S XVI y XVII . ¿Cómo pudieron estos novocristianos hispánicos prosperar en la convulsa sociedad del Siglo de Oro hasta formar una capa  social de nobles y aristócratas sin ser mirados de reojo por los tribunales de la Inquisición?

  Durante el llamado Siglo de Oro -que son dos siglos- la sociedad española, azuzada por el  Santo Oficio y sus secuaces,  vivía obsesionada por la pureza de sangre; tal es así que, además de los «familiares» (los delatores profesionales)  empezaron a proliferar por villas y ciudades de Castilla y Aragón  personas expertas en genealogía y especialistas de la alcurnia  ; muchas de ellas , sin otro oficio y beneficio,  encontraron, en esta suerte de sabiduría histórica, una caudalosa fuente de ingresos económicos sin tenerse que ir a servir a la monarquía en peligrosas campañas militares por el mundo. Pero no prosperaron económicamente porque tuvieran una gran clientela que solicitara sus servicios  heráldicos para probar linajes, como podría caber pensar en un principio, sino porque la mayoría de estos expertos en árboles genealógicos, al tener en su poder el conocimiento de ancestros judíos, extorsionaban y chantajeaban a los novocristianos, cobrándoles por permanecer callados. A estos seres infames, parásitos de alcurnias con origen hebreos, se les denominó «linajudos».

Toda villa que se preciara tenía unos cuantos linajudos siempre atentos al nombramiento de nuevos cargos eclesiásticos, municipales o que tuvieran por requisito demostrar limpieza sanguínea; en cuanto se hacía público el cargo ,  los linajudos, raudos y veloces como perros sasbuesos,  se ponían a escarbar en las raíces de los árboles genealógicos en busca del dato que les daría de comer; si encontraban ancestros judíos o antepasados penitenciados por la Inquisición, les  amenzaban con airear su pasado judío para hacerlos caer en desgracia. Pero había una alternativa:  a cambio de importantes sumas de dinero, en vez de hacer pública su novacristiandad, los linajudos se presentarían en las probanzas de limpieza de sangre como testigos que ensalzarían a los extorsionados. Así de deleznable. De hecho es un asunto tan maloliente que  la historiografía -exceptuando a Caro Baroja- lo ha dejado  prácticamente de lado.

Pedro Salazar de Mendoza, tataranieto del Cardenal Mendoza

Hasta que en 1978 la catedrática norteamericana Ruth Pike publica sus trabajos de investigación sobre las relaciones de la élite social de Sevilla con los judeoconversos;  en España, lidera esta investigación  Enrique Mesa Soria, catedrático de la Universidad de Córdoba y presidente del Laboratorio de Estudios Judeoconversos. Mesa Soria no descubrió el asunto en Sevilla, sino en Castilla y León, estudiando la obra de Pedro Salazar de Mendoza, historiador y genealogista , además de canónigo de la catedral de Toledo desde 1614. Y linajudo.

 Primero, un «familiar» (un espía y delator de la Inquisición, como por ejemplo fue Lope de Vega) transmitía la noticia de la concesión de un nuevo cargo  y posteriormente  se creaba una junta donde se reunían los linajudos y se estudiaba el árbol genealógico para tener las pruebas de «suciedad sanguínea». Ahora bien ¿ de dónde salían aquellos datos? Directamente de los mismísmos archivos de la Inquisición, al menos hasta el S XVII;  los archivos de los dominicos no eran de accseo público , pero bastaba con sobornar al  corrupto notario   para franquear esa barrera.

Luego se informaba al candidato de los posibles problemas que su origen hebreo podría suscitar si no abonaba una cantidad de dinero para ocultarlo. Si el extorsionado no accedía al pago , se empezaba por lanzar de forma pública alguna insinuación, en espera de que el extorsionado recapacitara. Y si no, se citaban como testigos entre los linajudos para dejar claro que era una persona no deseada en la administración pública de la monarquía y la iglesia.

Obra anónima de 1723. Cortesía de Juan Cartaya Baños

Es el caso de Andrés de Burgos, pretendiente al cargo de relator de la Chancillería , que fue acusado por Pedro Pérez  Venegas . O ya en León, el caso también de Pedro de Valcárcel Teijeiro, que a mediados del S XVII tuvo el favor de los Marqueses de Villafranca del Bierzo -grandes protectores de familias hebreas. Le concedieron un hábito de la Orden de Alcántara y se le echó encima toda la hidalguía regional , avisada por los linajudos al no haber cobrado su extorisión el muñidor de la junta que lo investigó , Antonio de Solís. En Granada, Francisco Rodríguez,  el portero del Tribunal -ya acusado de robar una cruz de oro- fue penitenciado junto a su cuñado fray Salvador de Vergara,  por el inquisidor Gámiz , al ser descubiertos por cobrar de «familiares» el acceso a los archivos.

La Corona, ante todos los entuertos sociales que esto generaba -a veces se podía llegar al asesinato y a todo tipo de reyerta social- intentaron erradicar estas prácticas. Aunque los linajudos solían ser de la aristocracia, muchos de ellos fueron desterrados y sus archivos genealógicos confiscados y quemados.

Para conocer con más detalle , se puede leer en el siguiente enlace el artículo de Enrique Mesa Soria sobre la situación del asunto en Granada. LOS LINAJUDOS