LOS SEFARDÍES OTOMANOS Y EL CONSULADO ESPAÑOL

Los diplomáticos españoles en el consulado de Constantinopla que apoyaron y ayudaron a los sefardíes -y viceversa.


El Reino de España y el Imperio Otomano mantuvieron, como sabemos, distintos enfrentamientos bélicos a lo largo de muchos siglos y a lo ancho de todo el Mar Mediterráneo. El más conocido quizás sea la Batalla de Lepanto, donde la Armada Española derrotó al sarraceno y acabó con el problema del pirata berberisco en las costas argelinas. Las relaciones modernas entre los dos estados a ambos lados del Mediterráneo comenzaron durante el reinado de Carlos IV de España.  Bajo su reinado se firma el Acuerdo de Paz, Amistad y Comercio. Unos años más tarde, el 21 de marzo de 1797, Pedro de Varela, secretario de Hacienda de Carlos III, lideró en Madrid cierto movimiento que proponía la derogación del decreto de expulsión de los judíos, o dicho de otro modo,  expresaba oficialmente los deseos de que la burguesía sefardí de Estambúl se estableciera en Madrid. De donde se infiere que en la capital española tenían conocimiento de la existencia de los sefardíes mucho antes de la Guerra de Marruecos, como generalmene se suele decir. Pero no sabemos por qué, la propuesta de Varela no fructificó.

Madrid abrió consulado en Constantinopla -todavía no se llamaba Istanbul-  en el año de 1783, un año después de la firma del Acuerdo de Paz.

Y de ese año es el primer pasaporte español entregado a un sefardí de Constantinopla: el de D. Miguel Isaac Cohén. Le siguieron -así consta en los registros de solicitud- David Funes,  Jaím de Toledo, Antonio Callinery, Jaím Sadaca, Rafael Israel Eliakin y Mateo Summa. Mucho antes de la ley de nacionalidad de 1924, de Primo de Rivera, y muchísimo antes de la del S XXI.

Para cuando cayó la monarquía de Isabel II , 1868,  era vicecónsul en Damasco D. Adolfo Mentaberry, que pasó a la delegación en Constantinopla. Este vasco, romántico -viajero y periodista- al retirarse de la diplomacia escribió sus recuerdos e impresiones en un libro titulado  «Viaje a Oriente, de Madrid a Constantinopla» donde nos cuenta sus andanzas por las ciudades de cultura oriental del levante mediterráneo, como Alejandría, Beirut, Damasco o Constantinopla. Y por supuesto, habla de los sefardíes:

» Los judíos son los descendientes de aquellos que expulsaron los Reyes Católicos. Conservan no sólo la lengua -que escriben en caracteres hebreos- sino también a veces hasta títulos de propiedad en España, a donde esperan regresar con ese tenaz perseverancia de su raza esperando al Mesías. «

Pero no todos  los diplomáticos españoles tenían tal actitud de cálida acogida. El catalán  Eduardo Toda y Güell, cónsul español en El Cairo, para referirse a los judíos usaba palabras tan peyorativas como «chusma». A él lo que le interesaban eran las momias y los sarcófagos, no el Shabat y las sinagogas. Quizás desconocía el pasado egipcio de los hebreos: «chusma» del nivel de Maimónides, por ejemplo.

Jóvenes judíos de Esmirna

Sin embargo, el Conde de Rascón, jefe consular en Constantinopla en la época de la Restuaración Borbónica (1875) fue uno de los que espoleaban sus propuestas para promover el regreso de los judíos de origen español residentes en el Imperio otomano; estas propuestas tuvieron una calurosa acogida por parte de Alfonso XII, quien ordenó la promulgación de un decreto real sobre el particular.

El embajador Diego de Coello Quesada , sucesor del Conde de Rascón, también abogó por el sefardismo y así lo publicaba en La Epoca, el periódico del partido liberal que él mismo hubiera fundado. En esas crónicas, por ejemplo, contaba sus avatares en la vida social de la burguesía sefardí, como la gala de caridad que se realizó para recabar fondos por el terremoto que había asolado Andalucía en 1884. Salomon Diaz y Moisés de Toledo, según él, hicieron las mejores donaciones. A Diego de Coello Quesada los sefardíes le querían tanto que cuando le trasladaron a Roma le invitaron a que fuera a Salónica para que disfrutara de la inauguración del ferrocarril que cincuenta años más tarde partía para Auscwitz.

Le sucedió Antonio de Zayas y Beaumont,  poeta parnasiano que redactará  -en prosa- un informe que usará Angel Pulido para su «Españoles sin patria» . No obstante, este señor hacía declaraciones antisemitas de tono afín al integrismo católico, justificando el decreto de expulsión por deicidas. Sólo estuvo un año allí y todo lo que hizo fue escribir un librito titulado «A Orillas del Bósforo»

Otros, como Alejandro Spagnolo, cónsul en Alejandría, se relacionaban con Abraham Galante, el periodista, o José Danon, director de L´Alliance, mientras ocurrían muchas cosas al rededor: los Jovenes Turcos accedían al poder, Italia invadía Libia, se rebelaba Albania, se declaró la Primera Guerra Balcánica. Muchos pudieron salvar la vida por tener papeles españoles, como toda la familia de la gran librera salonicense Renée Moljo. Sólo en 1913 constan 220 pasaportes, que incluyen no sólo al padre de familia, sino a toda su prole, fuera la que fuera, siempre y cuando hubiera dos apellidos y un certificado del rabinato. Los más mayores fueron Meir Taranto y su esposa, de 68 y 71 años de edad.

Y entonces estalló la Primera Guerra Mundial, cuyo desenlace sería el fin del Imperio Otomano.