PARASHAT HA SHAVUA: MIKETZ

Parasha Miketz, Aconteció, Genesis 41:1 – 44:17, Haftará sefardí para Shabat Januká.  Zechariah 2:14–4:7. Parshán, Adi Cangado.


La Parashá de Miketz coincide casi siempre en la semana en la que celebramos Januká como ocurrirá, por ejemplo, este año.

En Januká, durante ocho días, recordamos la victoria militar de los Macabeos sobre los seléucidas en el año 165 aec pero también la supervivencia cultural del pueblo judío frente a la helenización forzosa pretendida por Antíoco IV Epifanís.

Tumba de Nefert, 1786 a.e.c.

Al comienzo de la porción de esta semana, y habiendo pasado dos años completos, el Faraón tuvo un sueño. Estaba de pie, cerca del Nilo, y siete vacas hermosas, que se veían saludables, salieron del río y pastaron en la hierba fresca. De repente otras siete vacas, feas y flacas, salieron del Nilo y se pararon al lado de las primeras y las comieron. El Faraón despertó. Se durmió nuevamente y tuvo un segundo sueño. En él siete espigas de grano gruesas y buenas crecían de un solo tallo. Pero otras siete espigas de grano crecieron tras ellas, delgadas y quemadas por el viento cálido del este. Estas espigas delegadas y secas se tragaban a las primeras. El Faraón despertó y se dio cuenta de que había sido solamente un sueño (Gén. 41:1-7). ¿No os recuerda mucho a Januká?

Januká fue el yom ha-atsmaút de aquella época, decía Ófer en una clase hace dos semanas: un “día de la independencia”. La Perashá de cada semana cada semana recoge los motivos y los significados de los siete días que han pasado o bien nos anuncia los que han de venir. Durante los ocho días de Januká, al añadir en nuestras oraciones la plegaria al ha-nisim “por los milagros”, decimos: “en los días de Matitiá hijo de Yojanán, sumo sacerdote, el hasmoneo, y de sus hijos, (…) entregaste a fuertes en mano de débiles, y a muchos en mano de pocos, (…) y a malvados en mano de justos (…)”. Aquí está la conexión. Al igual que en los sueños del Faraón, también en Januká los delgados, pocos en número y quemados por el sol, derrotaron a las tropas seléucidas, mayores en número y con acceso a la bebida y al alimento negado a muchas ciudades sitiadas durante la guerra. El judío, luchando en minoría por conservar sus tradiciones y costumbres, su lengua, su cultura, derrota al opresor que pretende exterminar cualquier rastro de diferencia, de particularidad. Las vacas flacas comieron a las gordas, y las espigas secas a las verdes y llenas de grano.

Al igual que entonces, y al igual que tantas veces a lo largo de nuestra historia, también en estas últimas semanas el pueblo judío está en minoría: pienso en Israel y en los países árabes, y en la reacción de miles de musulmanes en el mundo tras la ejecución por parte de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, de una decisión tomada por el Congreso de ese país en el año 1995 de reconocimiento de Jerusalem como capital de Israel.

Para mí Jerusalem es y será siempre la capital eterna del pueblo judío, y desde el año 1967 es también la capital de Israel pero, ¿acaso no podría Jerusalem ser capital de dos estados? ¿No podría la parte amurallada, lugar sagrado para las tres grandes religiones monoteístas, tener un status especial o soberanía compartida? ¿Realmente esto es imposible? ¿Es un sueño?

El problema que se nos plantea es, ¿podemos permanecer en estado de guerra? Los rabinos de los primeros siglos tras el final de las guerras judías contra el Imperio Romano nos han dejado una advertencia muy clara. Cuando la Parashá de Mikets cae durante la semana de Januká, en lugar de su haftará se lee desde el versículo 2:14 hasta el 4:7 del libro de Zejariá (Talmud de Babilonia, Meguilá 31A). En la semana de conmemoración de una victoria militar, una haftará con un mensaje antibélico. En el versículo 4:6 Dios dice lo bejáyil ve-lo bejóaj ki im berují “no a través del ejército, no a través de la fuerza, sino a través de Mi espíritu”. La palabra rúaj (רוח), que aquí traducimos como “espíritu”, contiene en su interior la letra vav (ו), símbolo de la relación, del encuentro: del diálogo. Es la partícula que conecta, es la conjunción “y” que comunica, que une. ¿Cómo solucionar conflictos? El profeta Zejariá nos responde: ¡Busca la letra vav (ו)! Ejercita tu capacidad para dialogar, para conectar a través del lenguaje, de las emociones, del amor, de la reflexión compartida conforme todo ser humano, todo “otro”, también fue creado a imagen de Dios, y conforme todo está conectado, pues todo (y todos) forma parte de lo Uno-Único, está en lo Uno-Único. El mismo proceso creador del Universo, que nos inspira el buscar la justicia, la paz, la rectitud, nos enfrenta a un mundo fracturado empujándonos a repararlo, a re-unirlo. En muchas de nuestras oraciones y de nuestros textos sagrados encontramos el precepto de leyajed “unir”, “re-unir”, reunificar el nombre de Dios, ¿y qué significa sino trabajar en la reparación del mundo y en la reconstrucción de las relaciones entre los seres humanos, entre los pueblos?

¿Es esto un sueño?

Yosef explica el sueño de Paro, Marc Chagall

En la Parashá de Mikets los sueños están de nuevo presentes, esta vez mientras el Faraón duerme. La palabra hebrea jalom (חלום) “sueño” contiene en su interior las palabras léjem (לחם) “pan” y mélaj (מלח) “sal”. Las letras están dentro de jalom, pero también hay una vav (ו). ¿Pan y sal? Cuando bendecimos el pan en la mesa de Shabat, santuario en miniatura que sustituyó al Templo de Jerusalem, antes de comer lo pasamos por sal, tres veces según nuestra costumbre, pues también los sacrificios que nuestros antepasados allí ofrecían se acompañaban de sal, símbolo de brit mélaj, “el pacto de sal”.

El Midrash nos cuenta lo siguiente. Cuando Dios hizo que las aguas que cubrían todo el planeta retrocedieran para revelar los continentes, los mares se quejaron. ¿Por qué tenemos que retirarnos? ¿Por qué debo encogerme para que aparezca la tierra seca? Por tal sacrificio, por tal renuncia, Dios hizo una compensación a los mares, un pacto: cuando Israel ofrezca un sacrificio, sólo será válido si va acompañado de sal. La sal se convierte así en un símbolo de paz, y el brit mélaj “pacto de sal” es también brit shalom “un pacto de paz”. Esto cobra todavía más sentido si investigamos el origen de la palabra léjem “pan”. La raíz semítica l-j-m (לחם) no significaba “pan” sino “carne” (como ocurre con el árabe lájm لَحْم), tal vez en relación a la caza. Todo parece indicar que posteriormente el término se extendió a la comida celebrada tras la caza. Con la transición a la agricultura en la Media Luna Fértil y los cambios en los patrones nutritivos, al final a aquella mezcla de harina y agua (el pan) finalmente se la llamó léjem. Ocurrió en hebreo pero también en otras lenguas semíticas, como el arameo y el ugarítico.

Teniendo su origen en la caza, en la lucha violenta contra el animal, no es extraño que léjem comparta raíz con miljamá (מלחמה) “guerra”. Los pueblos luchaban entre sí muchas veces por el sustento. El pan contiene por lo tanto, en su origen, un grito de guerra.

En la mesa de Shabat aplacamos el pan con la sal: acallamos su grito de guerra con nuestro brit shalom, “pacto de paz”. Los mares retrocedieron dejando su espacio a la tierra seca, a los continentes. Renuncia, cesión, con-cesión: dejar un espacio para que el “otro” pueda existir, pero también para co-existir (existir con el “otro”): para vivir juntos y en paz. También esta semana el recuerdo de una victoria bélica (la de los Macabeos frente al ejército seléucida) queda matizado con las palabras del profeta Zejariá.

De vuelta en Jerusalem, ¿es la paz un sueño? ¿Es posible una Jerusalem “de pan y sal”? ¿Acaso no podríamos alcanzar un brit mélaj, un “pacto de sal”? Será necesario dejar las armas en el suelo, ¡todos!, y dialogar. Pero para hablar hay que conocer y re-conocer al “otro”, al adversario (¿), quien también fue creado a imagen de Dios, y en quien también brilla la chispa divina. Es posible co-existir, pero para ello serán necesarias renuncias, sacrificios, al igual que los mares y los continentes en el Midrash citado más arriba.

Yehudá Amijay, al principio de uno de sus poemas, dice: min ha-makom she-bo anú tsodekim lo yitsmejú leolam perajim ba-abib “del lugar en donde tenemos la razón no crecerán nunca flores en primavera”.

© Adi Cangado