
La Parashá de esta semana: “Vayerá” וירא , Apareció ( Génesis 18:1 – 22:24) Haftará: Reyes, 2, 1:23. Darshán, Adi Cangado.
«Y alzó su voz y lloró»
La pantalla se enciende. Arena. Desde arriba la cámara enfoca el desierto. Desde la izquierda de la imagen dos surcos profundos. Al final del primero un joven sentado se protege del sol abrasador y se escucha un murmullo entre quejidos de dolor, tal vez una oración incomprensible al oído del espectador. Al final del surco inferior, lejos del joven, se intuye un cuerpo cubierto por un manto oscuro, agachado, en profundo silencio. De repente el llanto agudo de una mujer quiebra la quietud de la escena mientras la imagen se aleja. Esta mujer se llamaba Hagar.

¿Quién era Hagar?
Entre la Perashá de Lej Lejá y la de Jayé Sará encontramos los trazos de una historia muy particular, pero para reconstruir su relato debemos recomponer estos versos y acudir al Midrash, la tradición oral de nuestros antepasados, para completar la vida de Hagar. ¿Por qué considero a esta mujer, a esta esclava, tan importante? Porque a ella se reveló, se hizo presente, lo Divino, y porque su llanto es el primero que aparece en la Biblia Hebrea.

Debemos retroceder varios años hasta aquel exilio de Abraham y Sara en Egipto (Gén. 12:10-20). “Y hubo hambre en la tierra (de Canaán) y descendió Abram a Egipto para habitar allí (como extranjero, como emigrante) pues era muy dura el hambre en la tierra” (Gén. 12:10). Al llegar a Egipto el Faraón se encapricha con Sara y, según algunas fuentes, la toma como esposa (Pirké de Rabí Eliézer, 26) pues pensaba que era la hermana de Abraham. En su contrato matrimonial el Faraón le regala a Sara una muchacha, su hija, como sierva, pues eran muchos los milagros que Sara hacía en casa del rey de Egipto. Su padre le dijo a la niña: “Hija mía, más vale que seas esclava de esta casa bendita y no estar como señora en mi palacio. He visto con mis propios ojos la grandeza de Sarai, no hay más que discutir. Mi deseo es que la sirvas con toda tu alma y todo tu corazón, y sin duda obtendrás gran provecho de trabajar para ella”. Esta joven, hija del Faraón y nieta de Nimrod, se llamaba Hagar y entró a formar parte de la familia de Abraham y de Sara y se convirtió al judaísmo.
Éshet Abram: La esposa de Abraham

La primera mención a Hagar en la Torá está más adelante en el relato: “Y Sarai, esposa de Abram, no había parido para él pero tenía una esclava egipcia y su nombre es Hagar” (Gén. 16:1). Sara veía que con sus ochenta años no había dado a Abraham una descendencia. Estaba desesperada. Los remedios de los médicos para quedar embarazada no daban resultados y empezaba a pensar que tal vez el Eterno la había castigado por algún pecado.
“Y dijo Sarai a Abram –He aquí que me detuvo el Eterno de parir, ve por favor a mi esclava, quizás seré completa (lit. me construiré) a través de ella- y obedeció Abram la voz de Sarai” (Gén. 16:2). Sara no se siente plena ni completa. Trata de convencer a su marido primero pero también a Hagar, a quien seduce con palabras (Gén. Rabá 45:3) y le dice: “Aunque eres muchacha, hija de un rey, y no te conviene tomar a un anciano como marido, debes saber que ashraij she-at midabéket laguf akadosh azé serás bienaventurada de acceder a este cuerpo santo“. Es decir, “de ser mujer de Abraham, un hombre santo”. El Midrash juega aquí con un lenguaje sumamente erótico y a la vez intenta reflejar la astucia de Sara para seducir a Hagar. Es como decirle a la chica: “A ti, mi sierva, te entrego a Abraham y no a otro, y te lo entrego como esposa y no como concubina”.

Fue así cómo siguió Abraham el consejo de Sara y se casó con Hagar. Habían pasado diez años desde la llegada de la pareja a Canaán. “Y la dio (Sara) a Abram, su esposo, para él le-ishá como esposa” (Gén. 16:3).
El campo está ya sembrado para la enemistad entre las dos mujeres. Hagar seguramente se habría acomodado en este nuevo status. La primera noche Hagar quedó embarazada (Gén. Rabá 45:4). Esta inmediatez queda patente en la yuxtaposición de verbos del siguiente verso (Gén. 16:4a): “Y vino (Abraham) a Hagar y ésta concibió”. Pero al ver que estaba encinta, su dueña (Sara) se volvió irrelevante a sus ojos (Gén. 16:4b).
«Parece que mi señora Sarai no es tan buena como pensáis, y estáis equivocadas si la tenéis por jasidá piadosa, pues no tuvo el honor de dar hijos a Abram en todos estos años, mientras que yo quedé embarazada de él aunque me casé en su vejez, ya que tiene 85 años” (Gén. Rabá 45:4).
“Y dijo Sarai a Abram -¡(Que) mi injusticia (caiga) sobre ti! Yo entregué a mi esclava en tu seno y (ella) vio que quedaba preñada y me humilla. Yishpot Ashem bení ubeneja ¡Que el Eterno juzgue entre yo y tú-” (Gén. 16:5).
Y dijo Abram a Sarai –He aquí (que) tu esclava (queda) en tu mano, haz con ella lo que te plazca-” (Gén. 16:6a).