ABRAHAM IBN ALFAKAR

Historia de un diplomático en la corte toledana de Alfonso VIII


La Historia -la interpretación del pasado a través  de los documentos- no siempre abarca todo lo pretérito, lo que ha sido y lo que fue, pues los papeles se queman, se descomponen y hasta se esconden. Es así que,  para conocer a grandes figuras de la historia,  a veces sólo tenemos unos pocos datos que hay que reunir y una sola fuente de la que beber. Es el caso de la figura de Abraham Ibn Alfakar , del cual lo poco que sabemos se debe al primer hisoriador judío de una Historia de los Judíos: Heinrich Graetz, que publicó su monumental obra de cinco volúmenes a mediados del S XIX. (Entonces, la emancipación de los judíos centro-europeos, La Haskalá, era tema candente; Graetz presenta como modelo de comportamiento a seguir por los poderes centro-europeos las actitudes de los reyes castellano-aragoneses de la Edad Media, que no tenían prejuicios para poner en lugares de responsabilidad a judíos capacitados)

Alfonso VIII

Abraham ibn Alfakar hay que contextualizarlo en la corte de Alfonso VIII de Castilla, que reinó desde Toledo entre los años 1158 y 1214 – dos años después de la decisiva Batalla de Las Navas de Tolosa- es decir, en términos absolutos,  durante la segunda mitad del S XII. O dicho de otro modo, cuando se hace evidente que,  en el conflicto cristiano con los musulmanes,  será la cruz quien se imponga de manera irreversible contra la media luna. Graetz fecha la vida de Ibn Alfakar entorno a los años 1160 y 1223, por lo que habría nacido en la Toledo reconquistada  nada más empezar a reinar Alfonso VIII y moriría en los primeros años del reinado de Enrique I de Castilla.

Toledo, a diferencia de Lucena, Zaragoza o Barcelona, nunca fue una aljama donde florecieran por doquier los talmudistas, sino que, como si de una corte renacentista se tratara, Toledo descuella en judíos poetas y judíos políticos, entendiendo como poeta el paytán hebreo y el versificador cortés, y entendiendo al político como instrumento monárquico y como diplomático. Abraham Ibn Alfakar va a pertenecer a este género de judíos cortesanos, cercanos al rey, que divide su existencia entre la pluma para cantar y la pluma para persuadir. Diestro en el manejo de la lengua árabe, de especial valor para entenderse con los musulmanes, sabemos que  hasta los propios árabes hicieron una antología de sus versos , y entre ellos hay un panegírico para el propio rey (quizás en agadecimiento a tenerle entre sus más fieles vasallos y súbditos)

Pero no todo iba a ser cantar bajo un cielo sin nubes en las callejuelas toledanas. Sino que también se le encomendaron, desde las instancias reales, arriesgadas misiones diplomáticas en el Marruecos del cruento reino de los almohades.

Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur  cruzó el Estrecho de Gibraltar y entró en la ciudad de Sevilla el 25 de mayo de 1184. Su propósito, acabar con el acoso castellano-portugués. El 27 de junio murió asediando Santarem y lo sucedió su hijo, que fue coronado en Sevilla en el mes de agosto; inmediatamente, se retiró al Magreb, donde tras sobornar a familiares opuestos  a su entronización, se proclamó nuevamente en Rabat y pasó enseguida a Marrakech. Es decir, era el homólogo y adversario de Alfonso VIII, al cual había derrotado en la Batalla de Alarcos de 1195….

Abu Yusuf II, Al-Mustansir , en tanto que máximo poder déspota e integrista  de los almohades,  no permitía que en su reino magrebí habitara judío alguno. Es más, a todo hebreo que se hubiera convertido al Islam, le obligaba a llevar un distintivo en su ropaje para que todo el mundo supiera con quién estaba tratando. Es decir, Ibn Alfakar fue muy valiente y muy buen vasallo cuando aceptó la misión diplomática que se le encargó: encontrarse en Marraquesh con el rey de los almohades para promover una tregua en la sangrienta contienda.

La Giralda de Sevilla. La parte inferior es un alminar construido por el rey de los almohades.

Cuando Ibn Alfankar llegó a la ciudad, se encontró con uno de los tres visires que hubo entre 1214 y 1223 -es decir, la misión ocurre tras la victoria cristiana de Las Navas, con lo que el mundo almohade estaba bastante humillado y por tanto bastante proclive a la ira vengativa. Un jardinero muy feo le condujo hasta el visir a través de hermosos jardines y, cuando llegó ante el visir, éste le preguntó si era de su agrado el entorno.

Alfakar contestó que,  por un momento, habría pensado que estaba en el mismo Edén, custodiado por el hermoso ángel llamado Redvan, pero que su custodio en el jardín era tan feo como Amalek. Una apreciación osada ante un visir. Pero muy afortunada: el visir estalló en una sonora carcajada y le dijo que se lo contaría a Al-Monstasir (lo cual también era una frase no exenta de ambigüedad)

Cuando después de los protocolos, intercambios de regalos y demás parafenarlias Alfkar se encontró cara a cara con el régulo de los almohades, Al-Monstasir le dijo: «El portero feo que le llevó por los jardines de mi espléndido palacio fue elegido intencionalmente: facilita  la entrada de un judío en este paraíso, porque un Redvan,  ciertamente,  nunca habría admitido a un infiel en este caso».

La misión diplomática parece ser que fue exitosa. Un pariente de Alfakar, Yehudá  ben Yosef  Ibn-Alfakar – posible sobrino- fue nombrado «nasí», principal de la judería toledana en tiempos del mismo rey Alfonso VIII, el mismo rey del que dijeron que fue derrotado en Alarcos por no estar en lo que tenía que estar, sino en el enamoramiento de la judía llamada Rajel La Fermosa.