El Códice de Alepo: el manuscrito más antiguo y completo que tenemos del Tana´j en su hebreo clásico original.
La lingüística general -la ciencia que estudia las lenguas- lo conoce como como Codex Aleppo, pero en la filología semítica este códice (manuscrito anterior a la imprenta) se conoce como Keter -corona- de Arám Tzová -el nombre que los judíos de Alepo (Jálab) daban a su propia ciudad.
Este importante manuscrito tanájico, fue escrito en la ciudad santa de Tiberias, en La Galilea, según las reglas de la tradición del Tabernáculo, hacia el año de 930 d.e.c. , esto es, el Siglo X. Los eruditos que lo han estudiado filológicamente hablando consideran que este manuscrito es la versión más precisa de la Biblia, no sólo por el texto en sí sino también por los comentarios masoréticos que hoy presenta.
El Keter fue caligrafiado por Shlomo Ben-Boya no como una meguilá, un rollo, sino un códice, y después, el «maestro» Aaron Ben Asher agregó los signos diacríticos de la tradición masorética tiberiana: puntuación vocálica , cantilena(teamím o acentuaciones para el canto) y las masoras , anotaciones marginales del aparato crítico (como hoy nuestras notas a pie de página)
El documento está destinado a ser una especie de guía, como libro de consulta, por lo que está escrito en un libro encuadernado y no en forma de rollo.. Está escrito con una tinta de escriba que no se puede borrar sin dejar marcas, consistente en madera molida y mezclada con sulfato de hierro y hollín, sobre hojas de pergamino hechas de piel de ternera-vitela.
La transmisión textual del documento nos lleva a varios sitios: primero (cien años después de caligrafiado) pasó a Jerusalén, comprado por un judío karaíta que fue quien mandó estampar el colofón (la información editorial) La obra fue expoliada afines del SXI por los musulmanes, que la vendieron al mejor postor, y después aparece en El Cairo, donde a cambio de una gran suma de dinero la comunidad judía se hizo con el Keter. En El Cairo fue consultado por el mismísimo Rambám.
De la gran sinagoga cairiota pasó a Alepo, Siria.
En 1375, David Bar Yehoshua, tataranieto de Maimónides, sin que sepamos los motivos del viaje , se fue a Siria y se llevó consigo, sin que conozcamos con qué derecho o con qué fin, el Keter. Allí, sabedores de la suma importancia de la joya textual y de los avatares sufridos en tiempos pasados, los judíos de Jalab (Alepo, Aram Tzová) enterraron el precioso libro en el Salón del Profeta Elías, uno de los siete espacios sagrados de la sinagoga central de Alepo. El Códice se conservó así , junto a otros, como el keter de Damasco, durante unos 600 años, dentro de un arcón de hierro trancado con dos candados.
Durante los últimos años del S XIX y principios del XX, algunos filólogos judíos, Como Sapir, o doctores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, solicitaron con mayor éxito, consultar y hasta copiar y fotocopiar el texto. Con la paulatina degradación de las relaciones entre los musulmanes sirios y los judíos , se llegó a que , con los graves disturbios de 1947, el códice desapareció.
Dos días después de que se anunciara el Plan de Partición, el 29 de noviembre de 1947, una mafia árabe allanó el barrio judío y destruyó muchas casas y sinagogas; el cónsul británico en Alepo, que lo vio todo con sus propios ojos, informó a la embajada en Damasco acerca de » Instituciones judías dañadas, casas y comercios destruidos.» La policía y el ejército no hicieron nada, incluso varios policías tomaron parte en el saqueo.
El principal rabino de la comunidad de Alepo , jajam Moshe Twill, que vivía frente a la antigua sinagoga, dijo que a gritos de perros judíos y clamando por la liberación palestina, entraron a la sinagoga y destruyeron con ayuda del ejército todo lo que hayaron a su paso. Tras media hora de expolio, le prendieron fuego a cuarenta rollos de la Torá . Los judíos de Alepo estaban tan asustados que permanecieron confinados en sus hogares, durante tres días, y sólo se atrevieron salir para irse de aquel sombrío lugar donde sus ancestros habían vivido siglos y siglos. . Aunque no hubo víctimas, la búsqueda entre las ruinas de la antigua sinagoga reveló que el Códice de Alepo había desaparecido. Se pensó que se había incendiado con el resto de los rollos de la Torá. El dolor de la pérdida no tenía límite y no sólo ateñía a los judíos de Alepo. el orbe hebreo lamentaba la desaparición de aquel tesoro textual que era fundamento filológico de la Torá misma.
Unos meses después de los disturbios, los inmigrantes judíos de Alepo que habían llegado a Jerusalén, mostraron a Yitzjak Ben-Zvi , presidente de Israel, que los rumores de la quema del códice eran infundados;, el Códice de Alepo no se había quemado ni perdido, sino que los líderes de la comunidad corrieron esa voz para que los árabes no buscaran el manuscrito ni pudieran , jas ve´jalila, dañarlo, que un tal Baghdadi rescató el documento del fuego y que se guardó en casa del rabino Twil. Hubo fallidos intentos de entrar en Siria para llevarlo a Israel, infructuosas peticiones diplomáticas, etc.
Diez años más tarde, el 8 de febrero de 1958, y después de un viaje secreto que duró aproximadamente seis meses, el Códice de Alepo llegó a Jerusalén. De Alepo lo sacó la familia Faham, rumbo Estambul, dentro de una bolsa de tela en el interior de una lavadora vieja cuyo bombo iba repleto de granos y cebollas, contó la señora Serena Faham, esposa de Mordejai Faham.
El libro se entregó inicialmente a un «hombre de Dios de confianza» (como dicen los contrabandistas), Shlomo Zalman Shragai, ex alcalde de Jerusalén. Después de pasar una noche en esa casa y de declarar que el Códice de Alepo pertenecía al Klal Israel, fue entregado al presidente Yitzhak Ben Zvi,
, depositándolo , primero , en el instituto homónimo y, después, en la Biblioteca Nacional de Israel, para terminar en el Museo de Israel. Hoy es exhibido con orgullo en el Santuario del Libro.
Existe una edición facsímil , que se muestra en la Sinagoga de Ades, en el vecindario de Nahalat TZion de Jerusalén, construido por la familia Ades de Alepo.
El 9 de febrero de 2016, la UNESCO lo declaró Patrimonio Cultural del Mundo.
No toda la «corona» sobrevivió: solo 294 páginas de las 487 páginas originales llegaron a Israel. Cuatro de los cinco libros de La Torá están casi completamente desaparecidos, y el quinto libro, Deuteronomio, comienza solo en el capítulo 28. Los últimos cinco libros, Eclesiastés, Lamentaciones, Ester, Daniel y Ezra, tampoco están ya con nosotros.
En 1982, una mujer de Brooklyn que prefirió permanecer en anonimato entregó una página de las Crónicas a la Biblioteca Nacional.
El coleccionista de Judaica Shlomo Musayoff contó durante una entrevista televisiva que en la década de 1980, dos comerciantes de Judaica llegaron con una maleta y le ofrecieron «mercancía» que no era ni más ni menos que las partes faltantes de la corona. Un millón de dólares. Musayoff afirmó en la entrevista que en ese momento él no tenía tanto dinero, por lo que el acuerdo no se llevó a cabo. Algunos piensan que esto es invención suya con pretensiones de publicidad y por eso no los denunció a la policía o hizo todo lo posible para recabar el dinero.
Según el periodista Matti Friedman en su libro «El misterio de la corona» , las partes faltantes, o al menos la mayoría de ellas, fueron robadas en Israel. Según él, la corona no fue entregada al presidente Ben-Zvi inmediatamente después de su llegada a Israel, sino casi tres semanas después.
El Códice de Alepo ha sido conocido en todo el mundo judío, gracias principalmente a la mención de Maimónides, convirtiéndose en un símbolo de la precisión del texto masorético.
Para la polémica sobre la conservación del códice en Israel, este vídeo es elocuente: