
Historia de un médico sefardí en la corte de Alfonso XIII y al cuidado de Primo de Rivera.
Alfonso XIII -abuelo del actual Jefe del Estado español- reinó en España entre 1886 y el 14 de abril de 1931 (aunque de facto reina desde 1902, a la edad de 16 años) Le llamaban El Africano porque se tuvo que enfrentar a los rebeldes bereberes del norte de lo que hoy es Marruecos, en la llamada Guerra del Rif. La confrontación, como es bien sabido, terminó con el establecimiento del Protectorado Español, con capital en Tetuán.
En esa ciudad había nacido, hacia 1870, el hijo del banquero de Tánger pero afincado en Tetuán, Samuel Bendalac de Pariente y su esposa, Abigail Bentata. Samuel ben Abraham Bendalac, siguiendo la tradición, llamó a su hijo como el abuelo, Abraham, pero también usará un segundo nombre, Alberto. Creció en Tánger. Como en la casa había medios, a Alberto Abraham se le mandó a estudiar medicina en Madrid aprovechando la coyuntura filosemita que reinaba entonces. Una vez doctorado, conoció al rey Alfonso XIII, pues Bendalac co-fundó en Tetuán, en 1913, la Federación de Asociaciones Hispano-Sefardíes de Marruecos -que federaba las juderías de Tánger, Tetuán, Larache y Alcazarquivir. Y nombraron presidente de la misma al monarca.
Bendalac, ya en la corte madrileña, ganó fama por practicar en el Hospital Militar de Carabanchel, primero, y en el de San Juan de Dios, después, arriesgados experimentos médicos en soldados que habían contraído enfermedades venéreas. Los curaba con brebajes compuestos por arsenobenzol con un alto contenido de arsénico mezclado con sosa cáustica. La fama ganada con estas temeridades le hizo conocer al general Primo de Rivera.
El militar de Jerez de la Frontera -destinado en Cataluña- Miguel Primo de Rivera dio un golpe de estado en 1923, con el beneplácito del propio rey, que lo nombra Jefe del Gobierno. La dictadura. A mediados de su gobierno se hizo la ley de concesión de nacionalidad española a los sefardíes. Y se reconoció oficialmente la existencia de la comunidad judía española, que acababa de estrenar sinagoga en Madrid, aunque ya hacía mucho que existían muchas en Melilla, estaba en marcha otra en Sevilla y hasta había oratorios para gibraltareños de veraneo en La Línea.
Pero Primo de Rivera, que gobernaba con mano fuerte un país con la unidad muy débil, estaba enfermo de diabetes; a finales de los años ´20, las consecuencias de su maltrecha salud afectaban a su vida política, y viceversa; los militares le daban la espalda y hasta su amigo y colega Alfonso XIII le retiró su apoyo. El dictador acabó por dimitir y auto-exiliarse en París, en l´ Hôtel Royal.
Por esa época, Bendelac, el médico personal del rey, había sido premiado con un destino apetecible: era el médico privado de todo el cuerpo diplomático de la embajada de España en Francia. Y director del Hospital Español en París. El embajador, José María Quiñones de León, recomienda a Primo de Rivera -de 60 años de edad- ser tratado por Bendalac: es el mejor. (Aunque personalmente el embajador y el médico no se caían bien, de hecho el embajador espiaba sus pasos en París para rendir informes en Madrid. Se supo así que Primo de Rivera estaba escribiendo por 50.000 dólares pagados por una editorial norteamericana sus peligrosas memorias )
Miguel siempre tuvo líos de faldas. Su última amante, a la que llevó consigo a París -para disgusto de las hijas del ex-dictador- era una muchacha de una familia bien de Salamanca. Inés Luna Terrero, alias «Bebé». Era alegre y moderna, digna representante de los locos años ´20. Cuando Alfonso XIII dio el gobierno a Primo de Rivera, ella estaba ganando una carrera automovilística -el Grand Prix de Biarritz. Primo de Rivera, viudo desde 1908 y padre de seis hijos con la hija del alcalde de La Habana, llevaba siete años ennoviado y comprometido con otra cubana, Mercedes Castellanos -alias «Niní». Pero conoció a Inés en la Hípica. La boda hispano-cubana, que iba a ser inminente, anunciada a bombo y platillo por la propia Niní en el semanario de crónica social «La Estampa», se anuló. A Primo de Rivera no le gustó nada aquella frivolidad. Y cambió a Nini por Bebe (la cual nunca fue bien acogida en la familia) Luego entenderemos por qué contamos estos amargos detalles del mundo del corazón de un hombre con azúcar en la sangre.
Bendalac, por aquella época, estaba sumergido con el potentado judío y madrileño Ignacio Bauer en el proyecto de reforma de la tumba de Maimónides en Tiberias. La Universidad Hebrea de Jerusalén, donde reposa la biblioteca inmensa de Bauer, se acababa de fundar. Los mejores años de la época del Mandato Británico.
El 16 de marzo de 1930 -seis semanas después de llegar a París- la tragedia se instaló en el Hôtel Royal. Las hijas de Primo de Rivera salieron para asistir a misa; él prefirió quedarse a atender el correo que le llegaba desde España. Cuando ellas regresaron al hotel lo encontraron sentado, con los ojos cerrados y con una carta sobre el pecho; creyeron que estaba dormido. Cuando se percataron de que no respiraba, llamaron a Bendalac, quien lo único que pudo hacer fue certificar la muerte por una embolia diabética. Y pasó a embalsamarlo -lo cual impediría luego la autopsia- porque al día siguiente el cadáver sería repatriado a España. Como tenía la Legión de Honor, fue llevado con honores hasta la estación de Austerlitz; pero al llegar a la frontera sólo le recibió la Guardia Civil, ninguna autoridad, como si fuera un delincuente. Y empezaron los rumores sobre el envenenamiento.
Y Bendalac fue el chivo expiatorio. Tomás Orts-Ramos, periodista, autor de la «Hª ilustrada de la revolución en España», acusó directamente al tetuaní de haber matado al ex-presidente del gobierno no sólo por mal galeno sino también por conducir a Primo de Rivera a llevar un género de vida inadecuado para un enfermo. Además, acusaba a Bendalac de no ser español, sino judío nacionalizado hacía una década -parece ser que este hecho es malo para la diabetes de otros- y que se había divorciado de la señorita Naón porque la mujer estaba harta de ver por casa a tanto muchacho de tan escasa edad. Para rematar, decía que los Naón dieron a Bendalac quinientas mil pesetas, con las que se instaló en París para dar rienda suelta a todos sus vicios. Cuando se pusieron a investigar la vida de Bendalac lo que se encontraron fue que era espía involucrado en el proceso de Mata Hari. Y el policía secreta Cardevilla le hacía también culpable del envenenamiento por encargo de los del mandil: los masones.
La única que nunca habló fue Inés. Era como si no le hubiera conocido ni hubieran sido amantes. Niní, lo contrario; cuando enviudó ordenó misas todos los días 16 del año. Cuando Inés falleció, en Salamanca, en el ´53, su palacete fue registrado de cabo a rabo, en busca de su correspondencia personal. Todas las cartas fueron incautadas por el gobierno franquista, que destruyó las que le convino… y otras se las entregaron a los descendientes de Primo de Rivera. Una tercera parte pasó a formar parte del archivo de la Fundación Inés Luna.
Bendalac sobrevivió 13 años al escándalo; inmune por ser súbdito español, falleció por causas naturales en París, en 1943, bajo la invasión nazi.
Bibliografía básica:
- Fernando Peón, ¿Cómo murió Primo de Rivera en París? , 2022.