EL DÍA EN QUE MURIÓ MONTEFIORE

Crónica de los últimos días de Sir Moses Montefiore, según lo publicado por su secretario, el Sr. Loewe.


Sir Moses Montefiore fue bendecido no sólo con una vida fructífera sino también longeva, pero además, dado su profundo y sincero sentido de la tsdaká – la justicia social, que no la caridad – también consiguió la gracia de pasar a la historia, que es una forma de eternidad.

En sus últimas semanas, ya postrado en el que sería pronto su lecho de muerte, no podía olvidarse de Jerusalén; un día, acercó un dedo sobre el ladrillo que tenía bajo los almohadones de su cama – en los que se había esculpido la inscripción de un verso de los Salmos («(…) Porque tus siervos se complacen en sus piedras, y favorecen su polvo») y pidió a su secretario que le pusieran el ladrillo bajo la cabeza, en el lugar en el que resposara para el sueño eterno junto a su amadísima esposa. Luego despidió al secretario pidiéndole tomara una buena cena y volviera para tomar con él una copa de vino en honor de todo lo que habían visto y vivido juntos, desde aquel día en que se encontraron en Roma, camino de Jerusalén.

Poco después su médico personal empezó a publicar en prensa boletines sobre la debilidad de Sir Montefiore, sobre su falta de fuerzas de aquella primavera de 1885, sobre la dificultad de no verse afectado por el descenso de temperaturas a pesar de estar en junio. No obstante, permanecía lúcido, al tanto de los eventos internacionales y dispuesto a dar órdenes: el día del cumpleaños de la reina, dispuso que se ofreciera un banquete para los pobres de Ramsgate (donde estaba la residencia emblemática de los Montefiore, en un antiguo palacio de la reina Carolina). A los estudiantes judíos de Londres les ofreció una merienda. Y por la noche brindó desde su cama con una copa de vino por la monarca. A la mañana siguiente el médico pudo comunicar que los alarmantes síntomas de su estado de salud iban desapareciendo.

Pero para el 24 de julio se emitió otro parte médico, anunciando que las condiciones físicas del sir menguaban a cada hora que pasaba. Fallaban los pulmones. El día 27, intuyendo su destino, rogó encarecidamente a su secretario, el sr. Loewe, que no le dejara, que por favor durmiera en su habitación, pero que no le dejara solo. Los parientes le dijeron que durmiera en una habitación, que el doctor Woodman estaría a su lado. A las dos de la mañana, despertaron al sr. Loewe para anunciarle que el doctor no estaba seguro de que llegara con vida al alba. De inmediato se mandaron avisos a los presidentes de las comunidades judías para que llegaran a la mansión. A veces abría los ojos y pedía que D-os les bendijera a todos. Incluso preguntó si le quedaba algo que hacer y hacía el gesto como de firmar un cheque. Y entonces se pusieron a rezar en hebreo una parte del servicio de Shajarit.

«Durante el tiempo que mi alma permanezca dentro de mí, te haré reconocimientos, oh Señor, Dios mío, y Dios de mis antepasados, Soberano de toda la creación, Señor de todas las almas. ¡Escucha, Israel, el Eterno es nuestro Dios , el Eterno es Uno! «

El duelo lo tocó todo, primero en Ramsgate, donde se suspendieron las actividades municipales de inmediato, y luego hacia todo Inglaterra y todo el mundo. En la enorme mansión sólo se oía el recitado de los salmos que tanto le gustaban.

El cuerpo lo llevaron a una biblioteca, la que Lady Montefiore, cuando vivía, usaba para tomar frugales colaciones con los amigos que recibía. Era su lugar favorito de la casa. Los ministros de la congregación hispano-lusa, junto con con la confradía hebrea de «Los lavadores» (sic) prepararon el cuerpo. Tal fue su deseo, cubrieron su cabeza con un gorro que le habían confeccionado y enviado ex profeso para él desde Jerusalén. Cubrieron el cadáver con el talit que usó para los esponsales con Lady Montefiore en la sinagoga de la calle de Bevis Marks. Sobre el rostro se vertió la tierra del Valle de Josafta que él mismo había tomado en uno de sus viajes.

Los trenes a Ramasgate traían a medio Londres, por no decir a Londres entero. Por supuesto todos y cada uno de los cargos de todas las comunidades judías. Y clérigos de iglesias cristianas también, caminando desde la estación hasta la mansión en una impresionante procesión cada vez que llegaba otro tren. Miles de personas con la cabeza inclinada y llorando a las orillas de la carretera. Era el 16 de av.

A las dos de la tarde, sacaron el cuerpo de la casa. Diez «lavadores» lo portaban. Tras ellos, el sr. Joseph Sebag Montefiore, el sr. Arthur Cohen, Q.C., M.P., Lord Rothschild, el sr. H. Guedalla, el sr. A. Sebag Montefiore, Lord Rosebery, el sr. S. Montagu, [347] M.P.; el sr. Lionel L. Cohen, M.P; el sr. Henry L. Cohen, el sr. Jacob Montefiore y su hijo, el sr. L. I. Montefiore, el sr. H. Montefiore, el sr. C. Montefiore, Sir Julian Goldsmid, M.P .; Sir Albert Sassoon, K.C.S.I.; El barón H. de Worms, el Dr. Woodman, el sr. William Johnson, el reverendo Dr. H. Adler, rabino jefe delegado; los ministros y representantes de todas las sinagogas de Londres, los ministros y guardianes de las congregaciones de Edimburgo, Dublín, Manchester, Liverpool, Brighton, Bradford, Newcastle y otras comunidades hebreas provinciales de todas partes del Reino Unido, así como las Rev. A. Vivanti, en representación de la comunidad hebrea de Ancona, y señores de Bruselas y Jerusalén. Los seguían los representantes de la ciudad de Londres con sus ropas oficiales, el alcalde de Ramsgate, con la cadena que le presentó Sir Moses, acompañado de sus dos capellanes, el vicario de Ramsgate y el vicario de St Laurence. Después de ellos vinieron los representantes del Ayuntamiento, los alcaldes de Margate, Sandwich y Deal, y la Junta Local de Broadstairs. Estos fueron seguidos por los magistrados, el clero y cientos de caballeros que acudieron a título privado.

Llevaron el cuerpo hasta la yeshiva de Lady Montefiore (mandada construir por Montefiore a la muerte de su esposa). A las puertas, se recitó una oración. Luego se llevó el cuerpo hasta la sinagoga y se depositó frente al hejal, donde se cantó el Salmo 16. Luego se llevó a la tumba, donde sólo había lugar para unas 20 personas. Los huérfanos de las escuelas hebreas españolas y portuguesas de Londres, encabezados por uno de los ministros de la Sinagoga, tenían preferencia porque se les había encomendado que entonaran salmos. El secretario, en una muestra de fidelidad, no le dejó solo, espero a que todos se hubieran marchado y, como era erev Shabat, encendió para él y su esposa, dos velas.

Durante los primeros siete días después de su muerte, se ofrecieron oraciones en East Cliff Lodge todas las noches,  en la habitación en la que murió, y en la Sinagoga, se llevó a cabo el servicio Divino todas las mañanas, con la adición de una oración por el reposo del alma del difunto jefe de la comunidad.

El testamento era tan prolijo que sólo mencionaremos lo que dispuso para las comunidades de Israel: a Jerusalén, 5811 libras (una barbaridad en la época), a Jebrón, Tiberias y Tsfat, 250,000 libras.