LA MATANZA DE LISBOA

Historia del triste destino de los conversos portugueses en el año de 1506, masacrados por el fanatismo cristiano en una de las mayores masacres judías de la historia.


Los judíos castellanos y aragoneses que en 1492 optaron por el camino del exilio en Portugal no podían imaginar que esa no era una buena opción. Muy pocos años más tarde, en 1497, el rey Manuel I, para poderse casar con quien era heredera de media Europa, la Princesa de Asturias, Isabel, decretó un edicto de la misma ominosa índole que se había decretado en Granada en 1492.  Muchos, tantos como se lo pudieron permitir,  se subieron a barcos que los llevarían a muchos sitios, desde Marruecos a Salónica. Otros, los más, sin otra  alternativa, decidieron convertirse al cristianismo. Al fin y al cabo, en Portugal, no había entonces tribunal de la Inquisición que indagara sobre la verdad o el fingimiento de su nueva cristianía. Pero son conversiones obligadas, inducidas, porque si lo hubieran querido hacer ya lo habrían hecho en Castilla y Aragón y no habrían abandonado sus casas y las tumbas de sus ancestros.

Hasta que llegó la Semana Santa del año de 1506. Aquella primavera, todo cambió. El quince de cada mes de aquellos tiempos,  se hacían unas procesiones hasta la iglesia de Santo Domingo -patrón de los dominicos, la orden de donde salió la Inquisición. Pedían  misericordia divina que pusiera fin  a la  pertinaz  sequía que acechaba con el hambre y la miseria. Ese quince de abril de 1506 , ya reconcentrados los cristianos  en la iglesia, algunos vieron un destello sobre un crucifijo; algunos de los allí presentes, en su fervor religioso de horas,  interpretaron aquel fulgor  como una señal  de los cielos. Un alemán incluso  contó que su hija enferma  había sido sanada ipso facto por milagro de aquella luminosidad; el hecho corrió como la pólvora y muchos lisboetas acudieron al lugar para rezar.

El 19 de abril, alguien dijo que tampoco había que exagerar, que bien pudiera haberse tratado del reflejo de la llama de  una vela sobre el metal del crucifijo. Esto no gustó a quien lo oyó y  dijo que semejantes palabras  eran una falta de respeto que  sólo podía decirlo un cristiano nuevo, un cripto-judío de fe mermada, un marrano inhábil para creer en el catolicismo.

Y,  entonces,  una turbamulta de personas encolerizadas se abalanzó sobre él, le arrastraron al exterior de la iglesia , y allí mismo, a él y a otro que le defendía, los asesinaron quemándoles vivos.

Seguidamente, enardecidos por una mezcla de fanatismo, adrenalina y odio , salieron hacia el barrio de los conversos para que pagaran bien caro ser el germen de todos los males.

Hubo violaciones, pillaje, destrucción y quinientos asesinatos. Al amanecer, cuando aún las hogueras humeaban con el insoportable hedor de la carne quemada, dos frailes dominicos quisieron pasar a la historia como líderes de aquella limpieza étnica y,  al grito de Herejía! herejía!,  esgrimiendo crucifijos por las calles, anunciaban que los pecados mortales de los últimos cien días serían perdonados a quienes denunciaran o mataran herejes.

En el puerto de Lisboa  estaban fondeados unos cuantos barcos de la Liga Hanseática;  muchos marineros holandeses y alemanes desembarcaron, raudos y veloces, para participar del perdón de los pecados y la orgía de sangre y doblones de oro que conllevaba todo. En la plaza del Rossio, quemaron a 300. Los quemaban de veinte en veinte. Y aprovechaban las hogueras para quemar también a algún alguacil que quiso detener la masacre. Era tal el miedo que algunos hombres  vagaban por la calle completamente desnudos para demostrar que eran incircuncisos y así  no correr riesgos de acabar quemados.  Dicen que a los bebés los lanzaban con fuerza contra las paredes para romperles el cráneo. (Damián de Gois [1502-1574], en Crónica de Felicísimo Rey D. Manuel).

Al tercer día,  las hogueras ya eran menos : a tantos habían matado que quedaban pocos con vida. No se sabe a ciencia cierta el número total de asesinados pero  la mayoría de historiadores coinciden en que hay que hablar de alrededor de cuatro mil personas, sino más.

El rey, que había perdido allí a un converso recaudador de impuestos, quiso hacer una demostración de su poder absoluto y ordenó buscar y condenar a los culpables. Algunos ya no estaban en el país , pues los alemanes habían huido  en sus barcos con su botín. Pero los dos frailes dominicos fueron detenidos inmediatamente. Se suprimieron las garantías procesales y cientos de cristianos viejos fueron falsamente denunciados por venganza o resentimiento.

Años más tarde, en 1531, un terremoto asola Lisboa,  matando a 30.000 personas . El clero, entonces,  dice que la causa de la desgracia  es por haber restituido a los conversos en cargos públicos. Se crea entonces en  Portugal el tribunal de la Inqusición, que leerá sus sentencias en la mencionada iglesia de Santo Domingo. La madrugada del 13 de agosto de 1959 un incendio destruyó  por completo el interior. La reconsagraron en 1994. En la plaza que hay a sus puertas se inauguró en 2004 un humilde monumento que recuerda en muchas lenguas la masacre de los conversos de Lisboa.