Un tipo de construcción de obvia inspiración española en la tradición sefardí que se reprodujo por eso mismo en algunos emblemáticos barrios de Jerusalén.
El cortijo, construcción para vivienda que es típica de la mitad meridional de la Península Ibérica, viene de «corte», que a su vez viene del latín cors, cortis, cohorte, donde habita el soberano en las monarquías, para luego pasar a designar cuerpo de infantería del ejército de la antigua Roma, compuesto por varias centurias; y, en última instancia, un conjunto de cosas o personas que acompañan o siguen a otra cosa o persona. El diminutivo en -ijo, evolución del diminutivo latino -iculum -i. Su sinónimo y antecedente sería la alquería y su pariente urbano, el adarve.
La diáspora sefardí, necesitada de unidad para evitar la dispersión , com-unidad, usó mucho este tipo de construcción a base de condominios alrededor de un patio al que sólo el vecindario tenía acceso. Prueba de ello son los cortijo de Monastir (República de Macedonia) o de Salónica (la Macedonia hoy griega)
Un cortijo salonicense lo podemos ver en un cuadro de J. Stuart, fechado en 1794 , (colección privada de un habitante de la ciudad) en el que hay una magnífica representación del cortijo judío que los griegos llamaban Stoa de los Idolos , ta idola, y los judíos «Las Encantadas». El grupo de estatuas -atlantes, versión masculina de cariátides- representa al dios griego Dionisos (que precisamente es una divinidad «oriental», esto es cananea, fenicia) y Ganimedes, príncipe troyano que raptó Zeus, etc. ; y formaban parte de una arcada en el sur del foro romano. Hoy se encuentran en el museo del Louvre, pues a pesar de que eran el símbolo de Salónica desde la antigüedad fueron robadas por los franceses en 1864.
Las encantadas, en un grabado de 1831, tres décadas antes de que las obras fueran expoliadas por Emmanuel Miller, a quienes fueron vendidas por el gobernador otomano.
Los sefardíes tenían su propia leyenda al respecto de este monumento que embellecía su cortijo. Según ésta, los restos de columnas habrían pertenecido a una galería que comunicaba con el palacio de Alejandro Magno cuando se hospedaba en el palacio del rey de Tracia; Alejandro habría seducido a la esposa del rey y, a través de la galería, acudía las citas con su amante adúltera. El rey, deseando vengarse, habría ordenado a un mago a su servicio un hechizo que habría convertido en piedra a cualquiera que hubiera pasado por la galería cuando Alejandro tenía que ir a la cita con la reina. Aristóteles, imaginado como un mago aún más poderoso, habría notado la amenaza y le advirtió a Alejandro que no fuera a la cita programada. La reina, después de una larga espera, sin ver llegar a su amante, fue ella misma por la galería con una doncella, y al mismo tiempo también el rey , que quería ver el desarrrollo de su venganza, acompañado por el mago: los cuatro entonces fueron víctima del efecto del hechizo y se convirtieron en piedra.
Además de las historias moralizantes -muy abundantes en el acerbo cultural literario del mundo sefardí- la realidad es que a principios de S XX los cortijos eran grupos de viviendas donde como podemos ver en la fotografía no había agua corriente y había que surtirse de un pozo.
Aquí las obras en el Louvre
A fines del S XIX, con la salida urbanística extramuros en Jerusalén -y el dinero de Judah Touro y Moshe Montefiore, se reprodujeron los cortijos de Salónica y Monastir en el barrio de Najlaot (y otros) entre las calles Agripas y Bezalel, lo que en hebreo se llama Shjunot Jatzer, Barrios de Patio. Mea Shearim fue construido así. Y más tarde, en los año´30, influyeron en algunas construcciones del barrio de Rejavia.
Como dijo alguien alguna vez, es como si el inconsciente colectivo quisiera regresar al patio de Templo en Jerusalén.
© פדרו הוארגו