PARASHAT HA´SHAVUA: «EMOR»

Parashá: «Emor» , אֱמֹר , Diré. Levitico 21:1–24:23. haftara sefardit: Ezequiel, 44. Darshán: Adi Cangado.


CUATROCIENTAS VECES

El pasado domingo día 28 de abril se celebraron elecciones generales en España y por primera vez miles de personas con discapacidad intelectual, enfermedad mental o deterioro cognitivo pudieron ejercer su derecho al voto. Hace un siglo las mujeres también se embarcaron en esta batalla: las sufragistas. Lily Montagu, madre del judaísmo liberal, era sufragista. Fue la primera mujer en subir al púlpito de una sinagoga y dirigir la oración para su comunidad. En su época la mujer era considerada por muchos (hombres y también mujeres) precisamente como una discapacitada para determinados asuntos y ante la toma de decisiones tales como votar. Hasta hace no mucho se pensaba que los homosexuales tenían una enfermedad mental. El género, el color de la piel, la orientación sexual o el origen, fueron excusa para discriminar y segregar en un mundo dominado por varones blancos, de determinada edad, debidamente casados, respetables y pudientes. Hemos luchado, como judíos y como seres humanos, a favor de la igualdad y contra el prejuicio. Creemos y afirmamos que las diferencias nos enriquecen y nos hacen iguales. Desde sus orígenes en el siglo XIX, e inspirados por los valores e ideales de la Ilustración, los pioneros y pioneras del judaísmo liberal defendieron la igualdad y la libertad, la inclusión y la diversidad, pero queda mucho por hacer. ¿Es accesible la sinagoga para alguien que llega en una silla de ruedas? ¿Tiene nuestra comunidad planes de estudio adaptados para jóvenes y adultos con deterioro cognitivo? ¿Hay libros de oración con letra más grande para los ancianos?

¿Qué define la inaptitud? ¿Quién la determina? ¿Hay relación entre discapacidad e inaptitud? ¿Y en qué medida los prejuicios de los demás delimitan a este “otro”? ¿Qué enseña el judaísmo sobre la discapacidad? En la Parashat Emor (Levítico capítulos 21 a 24) la Torá me da una bofetada:

 

“Dios le habló a Moisés, diciéndole que / le hablara a Aarón del modo siguiente: Cualquiera entre tus descendientes que tenga una imperfección no puede acercarse a presentar la ofrenda de alimento de su Dios. / De este modo, ningún sacerdote imperfecto puede ofrecer sacrificio. [Esto incluye a] todo el que sea ciego o cojo, o que tenga la nariz deformada o un miembro desfigurado, / o todo el que tenga una pierna lisiada, una mano lisiada, / que sea jorobado o enano, que tenga un defecto en el ojo, o un eczema severo o tiña, o que tenga hernia. / Ningún descendiente de Aarón el sacerdote que tenga una imperfección puede acercarse para presentar la ofrenda de fuego de Dios. Mientras tenga una imperfección, no puede acercarse para presentar la ofrenda de alimento de su Dios.” (Lev. 21:16-21)

 

En estos versos se regula el servicio en el Tabernáculo (y más tarde en el Templo de Jerusalem). La tradición judía supo sobrevivir a su destrucción y trascender las piedras derruidas por los romanos, y con las piedras que nos arrebataban y que nos arrojaban supimos poner los cimientos de una institución nueva, mejor y más elevada: la sinagoga. Muchos judíos creemos que la sinagoga ha sustituido definitivamente al antiguo Templo de Jerusalem y que por lo tanto la casta sacerdotal de los kohanim, los descendientes de Aarón, fue abolida y disuelta. ¿Problema resuelto? No. Estos versos siguen ahí, en la Torá escrita. ¿Qué podemos hacer con ellos? Lugares como este nos ayudan a entender por qué el libro de Levítico ocupa un lugar tan relevante en la tradición oral (el Talmud y el Midrash): necesita de una tradición oral más que ningún otro, para revisar, corregir, adaptar y, en algunos casos, derogar sus preceptos.

 

Los sabios, de bendita memoria, han tratado de dar un sentido metafórico a estos versículos, a estos mumim “defectos”. En el Talmud (Bavlí, Meguilá 29a) se cuenta la siguiente historia. Cuando Dios estaba a punto de dar la Torá al pueblo de Israel en Sinaí, los montes Tabor y Carmel protestaron. ¿Por qué no ellas? Dios les pregunta, “¿Por qué miráis con recelo, gavnunim [גבנונים] montañas altas?” (Salmos 68:17). ¿Por qué miráis con recelo, con desprecio, a la montaña elegida para entregar la Torá? ¿Por qué queréis litigar con Sinaí? “Todas vosotras sois defectuosas en comparación a Sinaí”, les dice Dios. Bar Kappara relaciona las palabras gavnunim “montañas altas” y gibén [גבן] “jorobado” (lo veíamos en el versículo Lev. 21:20) porque suenan de manera similar. A partir del juego de palabras de Bar Kappara, Rav Ashi concluye diciendo que la arrogancia es peor que cualquier defecto físico. La Torá será recibida por el pueblo de Israel en Sinaí, aunque no fuese la montaña más alta. Isaac, ya ciego, bendice a su hijo Jacob. Jacob, mientras volvía de la tierra de su tío, se vio envuelto en un misterioso incidente al cruzar el río, tras el cual acabó cojo. Al envejecer, igual que su padre, también perdió la visión.

Lo más interesante (y lo más divertido) es que los versículos citados arriba los habría pronunciado un tartamudo. ¡Moisés! Él es el más grande de nuestros profetas y la Torá nos dice que era tartamudo (Éx. 4:10). Sin embargo, ¡cuántas palabras transmitió a los israelitas! ¿Y el pueblo? Los egipcios les habían sometido a multitud de tribulaciones y duros trabajos y el Midrash nos dice que la mayoría de ellos llegaron al desierto con alguna discapacidad o defecto (Bemidbar Rabá 7:1), pero ello no les restó dignidad para recibir la Torá. La discapacidad, ya sea física o intelectual, no es determinante: no define de manera exclusiva y excluyente a ningún ser humano. Lo realmente importante es en qué se traduce la medida de nuestras posibilidades, sea cual sea tal medida: nuestros actos, la actitud. La actitud ilumina la aptitud. ¿Y qué podemos decir sobre cómo actuamos los unos con los otros? Muchas veces nuestra sociedad deja a un lado a ese “otro” que tiene alguna discapacidad, cuando lo que debemos hacer es activamente incluirlos al nivel que sí es posible para ellos, afirmando su humanidad, adaptándonos a ellos y haciendo accesibles nuestras comunidades. Ayudar. Educar. Pueden sumar y pueden enriquecer la vida judía a su manera, al igual que los demás. La sociedad debe tratar a la gente con discapacidad, la que sea, nada menos que como iguales. Judíos y judías como los demás. Debemos incluirlos e integrarlos, para que saquen lo mejor que esté en sus manos y aporten su granito de arena. La Torá escrita contiene valores universales pero también preceptos e ideas que pertenecen a otra época y a otra sociedad. A estos últimos los ha derogado la propia historia de la experiencia judía.

 

En el Talmud (Bavlí, Pesajim 116b), por ejemplo, se nos cuenta la historia de dos rabinos, Rav Yosef y Rav Shéshet, que eran ciegos. “¿Quién dirigía el séder (la cena de Pésaj) en sus casas?”, se preguntan los sabios. En la cena de Pascua hay lugares donde el lector debe señalar un determinado alimento y decir “debido a esto nuestros antepasados fueron liberados de la esclavitud”. Eran ciegos, pero ellos mismos lo hacían. Dirigían sus sedarim con la ayuda de los demás cuando era necesario. ¡Por no hablar de Rabí Preida! En el Tratado Eruvín (Talmud Bavlí, página 54b) se nos dice que Rabí Preida tenía un alumno al que debía repetir la lección cuatrocientas veces para que la entendiese. Un día el Rabí tenía que salir para atender un asunto. Antes de marcharse, enseñó cuatrocientas veces la lección del día a aquel chico, pero esta vez el alumno no la entendió. “¿Por qué hoy es diferente?”, le preguntó el Rabí. El estudiante le dijo: “Desde el instante en que me dijeron que mi maestro tenía que marchar por un asunto, mi atención se despistó, y todo el rato mi mente repetía “ahora el maestro se irá, ahora el maestro se irá”.” Rabí Preida le dijo: “Presta atención, y te enseñaré”. Le repitió la lección otras cuatrocientas veces. El joven, que seguramente tenía alguna discapacidad intelectual, cada día, al final, aprendía su lección. La disposición, la comprensión y la dedicación de Rabí Preida fueron recompensados: vivió muchos años y dejó el legado de un buen nombre, el rastro que queda tras el justo y por el que será siempre recordado.

 

Las barreras más infranqueables del mundo pertenecen al ámbito de la actitud: las actitudes de cada uno, de las familias y de las sinagogas. “¿Por qué hoy es diferente?”, preguntaba Rabí Preida a su estudiante. Habrá días diferentes, más duros, para unos u otros, pero será nuestra respuesta en esos días la que realmente nos defina. ¿Qué enseña el judaísmo sobre la discapacidad? Nos enseña a comprender, a incluir, a adaptar, a ayudar, a integrar: a progresar juntos.

© Adi Cangado