Notas sobre un comerciante sefardí del S XVIII que dejó por escrito todo lo que vio por el mundo que recorrió comprando y vendiendo piedras preciosas.
Hacia el último tercio del S XVII, cuando dos tercios de Estambúl fueron consumidos por un fuego que duró 49 horas y cuando el Imperio Otomano se encontraba sumido en una guerra contra el zarato ruso, nacía, a orillas del Bósforo, un judío de ascendencia sefardi llamado Shashón Jai lebet Castiel, es decir de la Casa de los Castiel. Esta familia tiene su origen en la Corona de Aragón -dice Jordi Casals que en la localidad de Tárrega, en lo que hoy es la provincia de Tarragona, y luego dispersados desde Jaca a Calatayud e incluso a Valencia y Játiva.
Todo lo que sabemos de él es lo que él mismo dice en su libro «Maashei Nissim» (Los maravillosos viajes) Pero esta obra está destinada a dar cuenta de todos los pueblos y costumbres que conoció a través de su vida como comerciante y no a contarnos su vida, por lo que los detalles sobre su biografía son muy parcos. Sabemos, por ejemplo, que sus padres vivían aún en 1703 y a su casa acudió, tras un largo viaje, para asistir a los esponsales de su hermano Aarón. No sabemos lo que le regaló para la boda, pero a la madre le regaló una casa. Sin duda, un comerciante rico, pues el producto con el que comerciaba por tres continentes eran las piedras preciosas, sobre todo los diamantes y las perlas. Antes su ocupación había sido Sojet -matarife ritual hebreo- e incluso había sido maestro para que otros aprendieran las leyes halájicas de la carne para el consumidor hebreo.
En su libro, especie de cuaderno de bitácora de un negociante, registra haber viajado por el país de Kus, lo que hoy es Etiopía, por las riberas del Mar Rojo. Pero también llegó a Amsterdam, plaza triunfal del tallado de diamantes, y por el Magreb -Túnez- o por metrópolis de profunda judería como Venecia. Si bien estas eran las ciudades en donde vendía, las gemas las compraba en la ciudad de Pegu, la ciudad del rubí, en Myanmar, Basora, en Irak, de cuyo puerto se internaba en el Golfo Pérsico para llegar a la isla de Ormuz, hoy de Irán, y llegar hasta el sur de la India, Cochín, que dicho sea paso tenía una comunidad judía sefardí fundada por Samuel Castiel. Desde Cochín navegaban a la isla de Sri Lanka, con su gran ciudad , Colombo, para luego ir al norte, hasta la región de Bengala. También hay un destino que no está relacionado con la compra de las piedras, sino con los efectos derivados de su comercio: tal cual si fuera hoy, entonces el Indico estaba plagado de piratas y tras haber sufrido un ataque pasó a vivir en Balkh, en Afganistán -la antigua Bactria de la que hablan los griegos. Por cierto, en 1911, la Encyclopedia Britannica lo describe como un poblado de 500 asentamientos afganos, un bazar y una colonia de judíos . Con toda su fortuna perdida, aquí desaparecen las huellas vitales de Shashon Jai y no sabemos si es en esta ciudad donde murió, cautivo de los cristianos, o si algún día consiguió regresar a su natal Constantinopla.
El libro de viajes de Shashon Jay lo conocemos porque en la segunda mitad del S XX, A Ben-Dov llevó al segundo presidente de Israel, Y. Ben Tzvi -historiador a cuyo nombre va el Instituto homónimo- una copia del S XVIII, encontrada en Irán. Esta copia está hecha en tinta negra con caracteres hebreos pero de caligrafía persa, no la típica sefardí cuadrada. El texto revela el amplio conocimiento del hebreo que tenía el autor, que usa tanto paradigmas del hebreo clásico como de la época talmúdica, así como de obras de autores medievales y renacentistas que cita. Tenía un dominio de la lengua y la literatura como sólo podía tenerlo alguien muy bien educado. Y pone de relieve que la lengua hebrea en el S XVIII, como anteriormente en los escritos de los grandes literatos hispano-hebreos, estaba viva desde el punto de vista literario: si se escribió en hebreo no era por alarde lingüístico, sino porque había quien leía en hebreo.
Tras zarpar de Madrás, en la India, con rumbo a Pegu, en busca de rubíes, el barco se extravió y además fue asaltado por piratas que les robaron todo el dinero; fueron hechos cautivos, separados unos de otros. Se desconoce por qué , tras escpar de sus captores, se radicó en la ciudad de Balj, en Afganistán, (vid. foto principal) antaño floreciente parada de la Ruta de la Seda pero que en el S XVIII estaba ya sumidad en la decadencia. Quizás fuera un lugar desde donde, con rutas caravaneras, eludir los puertos índicos, y conseguir llegar a Estambúl.