
Historia de los tarmudaím y su conexión con el encendido de las velas de Januká.
Las mitzvot -los preceptos del judaísmo rabínico para la consecución de la vida judía- no sirven para nada si no se interioriza su cumplimiento, si no se comprende su significado profundo; de lo contrario, si acometemos los preceptos sin kavanot -sin intenciones espirituales- si reducimos La Halajá a meros actos mecánicos, caemos en la inercia de las cosas sin disfrutar de su sentido. Ser judío no significa ser un robot programado para que en determinadas fechas uno haga determinadas acciones y, con eso, ya podamos sentirnos satisfechos y sintamos que ya está todo hecho para que la mitzvá nos recompense con sus beneficios.
En Januká -que es una fiesta de purificación (la del II Templo tras la profanación seléucida)- muchas personas se limitan a encender velas sin pensar siquiera un segundo en lo que en el judaísmo hay tras una vela. Puesto que la palabra vela tiene una etimología extrahebrea (del latín «vigilare», de donde vigilia, velar, etc) nosotros hablaremos de NER ( del acadio Nuru, que literalmente significa en arameo y en hebreo «donde está el OR, la luz) Por eso tenemos Men-or-á. La Menorá, como sabemos, es la representación abstracta de la primera aparición de H´´ a Moshé Rabenu en Sinai, en forma de zarza que no se consumía. Por eso en el judaísmo un Ner es un símbolo del alma. Por eso encendemos Nerot (plural de Ner) a nuestros difuntos: mirar el Ner cuando rezas purifica tu alma. Y mirar abominaciones, lo contrario.
Las nerot de Januká las encendemos a la caída de la tarde, cuando aparecen las dos primeras estrellas -igual que las Nerot Ha´Shabat. Y según la G´mará, y por lo tanto según Ha´Rambám, deben estar encendidas una media hora. ¿Por qué precisamente entonces y durante ese tiempo en concreto?
Nuestros Sabios de Bendita Memoria dispusieron que así fuera porque entonces el shuk (el mercado) cesaba en su actividad en el momento en que caía la noche; una media hora era el tiempo estimado en que las personas tardaban en regresar del shuk a la casa, y así, podrían ir viendo el anuncio del milagro del aceite de oliva flameando en las ventanas de las casas de los judíos. Es más, la cita exacta del tiempo repscrito es «hasta que desaprezcan las piernas de los tarmudaím.»
¿Y quiénes eran los tarmudaím?
Como queda dicho, la jornada laboral del mercado finalizaba cuando caía la noche (y empezaba a la hora de la aurora) No obstante, no todas las personas abandonaban el shuk al cerrar, sino que había un grupo de hombres -los tarmudaím- que permanecían sentados en el zoco, como esperando, por si algún judío, a la hora de regresar a su casa, recordaba, por ejemplo, no haber comprado leña para calentar la casa en el frío de Januká. Los tarmudaím eran comerciantes que cerraban más tarde sus puestos para solucionar estos casos de olvido a última hora. Durante esa media hora en que unos regresaban a casa y otros iban corriendo al shuk antes de cerrar del todo, se anunciaba desde el interior de las casas el milagro de Januká.
Hasta aquí la explicación simple del tema del encendido en cuanto al tiempo. Pero la G´mará, como sabemos, no trata temas en vano, sino en profundidad. Y aquí hay que explicar en qué momento converge el asunto de las lucesde Januká con los tarmudaím. ¿Quiénes fueron este grupo para influir en las mitzvot de Januká?
Para ello tenemos que retrotraernos a los tiempos de Shlomó Ha´Meley y entender lo que son las velas de Januká.
Tarmud -e incluso Tarmod y Tadmor (en latín, Palmyra) – es el nombre de una ciudad del desierto, hoy en Siria. El Rey Salomón -por indicación de un ángel cuya misión era la creación de santidad- la mandó construir y viajaba hasta la ciduad de Tarmud sobre un águila velocísima y el monarca extraía -hacía subir del abismo, de las fuerzas tectónicas del lugar- mucha sabiduría para que el mundo llegara a la Shlemut (la perfección) y a la reparación mundial (tikún olám) Según la G´mará (Masejet Yevanot, tet-záin) se decreta que sea Yom Tov (Fiesta de guardar) el día que se destruya Tadmur por su desagradecimiento a quien la fundó. ¿La destrucción provoca alegría? La G´mará dice que los tarmudaím participaron en las dos destrucciones del Templo de Jerusalén. En la primera destrucción Tarmud aportó 80.000 arqueors y, en la segunda, aportó 40.000. Rab Huna dijo que en la destrucción del segundo templo participó igual que en la del primero. Y para comprender por qué los tarmudaím se involucraron en la ruina de Judea la G´mará da esta explicación:
Shlomo Ha´Melej obtenía la sabiduría de Tarmud y desde el Templo esa sabiduría subía a los cielos como santidad. Los tarmudaím, que en principio serían los dueños de estas fuerzas tectónicas, no disfrutaban del acto de la santidad, es decir, mientras que hubiera Templo, la luz -la sabiduría- rechazaba la oscuridad -la ignorancia. Es más, la G´mará dice que en Jerusalén había unos cuantos esclavos de Tarmud que, tras la destrucción del Templo, secuestraron mujeres judías para casarse con ellas y llevarlas consigo a Tarmud. Es decir, los tarmudaím pasaron a ser una sociedad mixta.
En tiempos de los Jasmoneos -la rebelión de los Macabeos- nos cuentan que toda joven judía que quisiera casarse, tenía que mantener primero relaciones sexuales con el gobernador seléucida. Derecho de pernada. Yehudit, la única hija de Matitiahu Ha´Koén, la hermana de los cinco macabeos, sufrió esto, pero su hermano Yehudá le dijo que no se preocupara y le prometió que aquella noche sería la noche más feliz de su vida. Tras la ceremonia de matrimonio Yehudit acudió a donde el gobernador . Según éste salió a recibirla, Yehudá le cortó la cabeza. No habría mixtura nunca más. Por eso queda marcada la diferencia entre los jesmonaím -puros- y los tarmudaím -impuros por estar mezclados. De aquí la G´mará retoma la idea de cuándo y hasta cuándo se encienden las luces Januká con el aceite de oliva virgen -inmiscible, que no se mezcla con nada, que se mantiene puro. Hasta el último momento: cuando ya no les veas las piernas a los tarmudaím en el zoco, los últimos en tener el privilegio de regresar al calor de sus casas y sus familias.Lo que implica pasar de la oscuridad del shuk cerrado a la luz de la casa.
Por eso Januká -como todas las demás fiestas- no debe ser una fiesta reducida a expresiones tan mundanas como comer una sufganiá -que también está bien- pero sólo si lo haces en el marco de comprender el sentido profundo del judaísmo, si no minusvaloras su sentido trascendente incluso a veces con asimilaciones nefastas para que el sentido se mantenga claro, iluminado, sin mezcla, puro.
Tarmud, después de haber llegado a ser capital del reino nabateo, conquistada por los romanos y su famosa reina Zenobia, hoy está en manos de la abominación llamada Daesh.