Historia de una de las primeras ocasiones en que en Madrid se perpetró un auto de fe, en el que quemaron a unos cripto-judíos venidos de Portugal.
El Museo del Prado -cuyo antiguo director manifestó una vez que «representa, a los ojos del mundo, lo más significativo de nuestra cultura y lo más brillante y perdurable de nuestra historia»- es propietario de un cuadro cuya narrativa es de lo más tenebrosa y deplorable del pasado de la nación española. El óleo en cuestión es obra de Francisco Rizi, un pintor madrileño, pero hijo de italiano, hermano de uno de los decoradores del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, él mismo pintor de la corte de Felipe IV. A mediados del S XVII, pintó el óleo al que nos referimos: «Profanación de un crucifijo (Familia de herejes azotando un crucifijo)» La historia de ese cuadro es terrible.
Entre los años de 1580 y 1640, Portugal pasa a format parte de la Monarquía Hispánica bajo la Casa de los Austrias. En esta coyuntura política, muchos cripto-judíos portugueses decidieron pasar a vivir en España.
En 1630, reinando Felipe IV, el rey planeta, un grupo de cripto-judíos portugueses, no sabemos por qué razón, se estableció en Madrid, concretamente en la Calle de las Infantas, paralela a la Gran Vía madrileña, en lo que hoy es el barrio de Chueca. Estos judíos portugueses tenían parientes afincados en esa calle tan céntrica y allí abrieron una mercería.
Como así era conveniente para los cripto-judíos en aquella época, a la entrada del comercio colocaron un crucifijo, no fuera que hubiere dudas sobre su catolicismo. Pero un día, el hijo pequeño de aquella familia, faltó a clase; el maestro, que se llamaba D. Juan Díaz de Quiñones, preguntó al niño el motivo de su ausencia, pues pensaba que el niño podía faltar por decisión propia para corretear por Madrid haciendo travesuras con otros mozalbetes. El niño se asustó con la reprimenda del maestro y entonces le contó que no fue porque en su casa se celebraba una fiesta. El maestro quiso saber en que consistía aquel festejo particular y el niño -así cuenta el proceso inquisitorial- «dijo» que consistía en profanar el crucifijo de la puerta del negocio de sus padres. El maestro, estupefacto, no dudó ni un segundo en denunciar los hechos al Tribunal de la Santa Inquisición. O así dicen las actas del proceso inquisitorial, aunque parezca poco creíble.
En plena canícula del verano, el 4 de julio de 1632, se perpetró en la Plaza Mayor de Madrid un Auto de Fe en el que toda la familia cripto-judía fue condenada a morir bajo la presidencia de monseñor el Cardenal Don Antonio Zapata, Inquisidor General; al terrible Acto asistieron sus majestades, los Reyes Felipe IV e Isabel de Borbón (hija de una gran amiga de los judíos, María de Médecis) Estaban acompañados estos monarcas por toda la Casa Real, así como todos los Grandes de España y el resto de nobles de la Corte. El Auto, concebido como un espectáculo, duró hasta las once de la noche (una hora avanzada en aquella época, aunque en verano anochezca a las diez de la noche en España) Fue el gran evento del verano madrileño en 1632.
Juan Gómez de Mora, en su calidad de Trazador y maestro mayor de sus reales obras, fue el encargado de realizar los preparativos de Auto, que tuvo una preparación solemne, ya que fue presenciado por el rey. 14 días antes de la celebración del mismo, un escuadrón de caballería compuesto por 95 familiares de la Inquisición, (delatores de los inquisidores) publicaron su bando al son de timbales y trompetas. En este Auto fueron sentenciados 40 presos en vivo y 4 en efigie. De estos, 27 fueros condenados por delitos o pecados menores (blasfemia, bigamia, hechicería, ser mentirosos, etc. ) por los que recibieron penas más o menos leves.
No obstante, dentro del grupo de acusados también se incluía a un grupo de de «judaizantes», de los que 9 fueron condenados a prisión perpetua y siete sentenciados a morir en la hoguera.(Julio Caro Baroja, Ramón Carande, (1963), La sociedad criptojudía en la corte de Felipe IV, Real Academia de la Historia, Madrid)
Los nombres de los judíos quemados vivos, bendita sea su memoria, son los siguientes: Jorge Cuaresma, Miguel Rodríguez, Isabel Núñez Alonso, Fernán Vaez, Leonor Rodríguez y Beatriz Núñez, además de cuatro imágenes, que representaban a aquellos que habían logrado escapar de la justicia del Santo Oficio.
Treslado de una carta. Mucho me huviera holgado V md huviera venido a ver el auto de fee que en esta corte se yço en 4 deste mes que fue la cosa mas solemne que se a echo en españa porque se yço en la plaça mayor al rincon de la calle de toledo un tablado muy grande con gradas a dos partes y en las de la una estuvieron aconpañando al consexo supremo de ynquisicion y ynquisidores de toledo los demas consexos y el corregidor y ayuntamento desta villa y muchos cavalleros, calificadores, consultores y abogados Y en las de la otra destuvieron los penitenciados y familiares y otra mucha jente honrada En medio de estas dos partes y gradas avia un canpo muy grande en el altar con la cruz que se truxo en prosesion y la cruz de la parroquia, dos pulpitos en que se leyeron las causas y unas gradillas en que ponian los reos frontero deste canpo Estavan los reyes y damas y grandes señores en los valcones del primero y segundo quarto y para evitar el rigos del sol estubo cubierto el tablado con toldos en estando que estuvieron en la forma dicha acomodados, que fue despues de echo el mayor aconpañamiento que se ha visto Porque despues de los presos se siguian familiares, notarios, comisarios, consultores, abogados y calificadores, la villa, los consexos, ynquisidores de toledo, y los del consexo de ynquisision y cardenal çapata Se le tomo juramento a su magestad de que defenderia a la fee y la inquisision La solenidad del juramento fue que el cardenal çapata y los dos consexeros más antiguos vaxaron de sus asiento llevando un misal y una cruz y suvieron por unas gradas al valcon de su magestad que descuvierto poniendo las manos en el misal y vesando la cruz yço el juramento Y despues de echo yço la corteçia y luego el secretario mas antiguo de toledo yço la protesta de la fee y al decir todos amen el conde de Olibares poniendo la mano en el pecho a grandes voces dixo dos veces amen Y fuese prosiguiendo en la forma hordinara y tubo fin antes de las seis de la tarde El dia antes fue la prosesion general de la fee Llevo el estandarte el almirante Acompañole todo lo lucido de la gente y el numero de ministros fue muy grande.
Isabel de Borbón, reina consorte de Felipe IV, ordenó después la demolición de la casa donde estaba la mercería de los cripto-judíos y, además, ordenó levantar en el lugar un convento capuchino destinado a conservar las cenizas de la imagen presuntamente profanada, que se metieron dentro de una nueva urna. En la esquina donde estuvo la mercería mandó construir una lápida que rezaba:
“Presidiendo en la Santa Iglesia Romana Urbano Octavo, Reynando en las Españas Felipe Quarto, siendo Inquisidor general Don Antonio Zapata, a 4 de julio de 1632 años, el Santo Oficio de la Inquisición condenó a doler, y demoler estas casas, porque en ellas los hereges judaizantes se ayuntaban a hacer conventículos, y ceremonias de la ley de Moysen, y cometían graves sacrilegio, y enormes delitos, y blasfemias contra Christo Nuestro Señor, y su Santa Imagen”.
El día de la inauguración del cenobio, que llevaba el barroco nombre de «Real Convento de la Paciencia de Cristo, de Menores Capuchinos de nuestro Seráfico Padre San Francisco», se realizó una procesión con la imagen el 13 de diciembre de 1639; y para que dos de los 44 hijos que tuvo Felipe IV pudieran ver dicha procesión, se levantó en la calle un estrado desde el cual las dos infantas, Margarita y María, pudieran disfrutar del boato de la procesión.
Por eso se llamó a esa calle de Madrid, la calle de las Infantas. Antes de demolerse en 1807 la tapia de la huerta del convento de capuchinos y abrirse la plazuela del Rey, se llamó calle de las Siete Chimeneas. En los siglos XVIII y XIX, el breve tramo inicial, entre Fuencarral y Hortaleza, tuvo el castizo nombre de calle del Piojo
Pero algo falla. De los diez hijos legales del matrimonio entre Felipe IV e Isabel de Borbón, en 1939 sólo vivía una de sus hijas, María Teresa, que tenía un año de edad.
La tradición es lo que cuenta, y lo que narra es lo que ha trascendido. El convento -de la Paciencia- no tuvo mucha suerte: fue muy dañado cuando las guerras contra Napoléon, a principios de S XIX, y derribado por completo con la desamortización de JUAN ALVAREZ MENDIZABAL, CONVERSO. Hoy, el lugar lo conocemos como barrio de Chueca, con un plaza dedicada al político Pedro Zerolo -antes Pza. de Vázquez de Mella.
En la calle de las Infantas vivió, a fines del S XIX, el dr. Angel Pulido, responsable de la ola de sefardismo español tras la caída de Isabel II; el dr. Pulido es piedra angular de la lucha por acabar con el olvido de los judíos de Sfarad.
El cuadro de Francisco Rizi del Museo de El Prado no está en los edificios del Museo, sino entregado en depósito a la catedral de La Almudena