
Ferrán Martínez, clérigo de antisemitismo mayúsculo en la Sevilla del S XIV, responsable intelectual de la gravísima matanza de 1391 en casi todas las juderías de Castilla y Aragón, por lo que fue encarcelado.
1492 es, para la Historia del Sefardismo, un obvio, triste y famoso punto de inflexión. Pero hasta que llegara el momento de la promulgación del EDICTO DE GRANADA , la fecha más imposible de olvidar por los judíos de Sefarad era el seis de junio de 1391: el momento del estallido de la gran masacre anti-judía que cambiaría el mundo hispano-hebreo de arriba a abajo. En la historia del Pueblo de Israel, Gzirot kaná, גזירות קנ»א
En otro país, ambas fechas serían recordadas con eventos públicos para honrar a las víctimas y asumir el pasado con madurez. O al menos, en las sinagogas un kadish. O actos de los estamentos judíos españoles. Pero no hay nada. En España, si bien se sabe -así como por encima- quiénes fueron Torquemada o los Reyes Católicos, pocos españoles saben quién fue el Arcediano de Ecija – localidad en la provincia de Sevilla- el instigador y provocador de la destrucción total y el saqueo paulatino de juderías por toda la Península Ibérica y responsable último del asesinato de miles de judíos. Uno de los mayores antisemitas de la Hª de España y fuente intelectual del horror anti-judío.
Pedro López de Ayala -alavés, poeta, historiador y estadista de los Trastámara, muerto en Calahorra en 1407- lo contó todo en dos capítulos de su Crónica ( la cual hay que contextualizar en la crisis general de la época: la Guerra de los Dos Pedros, la sublevación contra Pedro I, la sequía y la hambruna, la peste negra, la devaluación de la moneda para sufragar guerras contra la casa de Lancaster….Enrique III era menor de edad y Castilla estaba gobernada por un consejo de regencia del que formaba parte el mismo Pedro López de Ayala.) Todo parecía estar armonizado para que reinara el caos, la incertidumbre, la crisis general.
Salvo casos aislados, los judíos (huidos de Al Alandalus con la llegada de los almohades) habían vivido en paz junto a los cristianos -y viceversa- hasta mediados del S XIII, protegidos por los monarcas -como posesión real que eran- dedicándose a gestionar las finanzas reales, además del préstamo local a particulares o sirviendo, por supuesto, como médicos y cirujanos, traductores, funcionarios. El sustrato subyacente de antisemitismo encontró en la crisis del S XIV el motivo para expresarse en el consabido chivo expiatorio: al hebreo se le acusaba de envenenar los pozos de agua de los que el mismo hebreo bebía (esa era la coherencia del odio irracional)
No sabemos de dónde era Ferrán Martínez, pero su nombre siempre aparece con la forma catalana, no la castellana (Hernán o Fernando). Aunque fuera arcediano de Ecija -algo así como representante del obispo en una diócesis- este clérigo vivía en la cercana Sevilla, donde había una próspera judería entonces, desde que Fernando III al reconquistar la ciudad ofreciera mezquitas para ser usadas como sinagogas (en un posible repoblamiento de judíos toledanos que habían salido de Al Alandlus y ahora regresaban a Sevilla) Sin que nadie le designara competencias concretas, Ferrán Martínez se atribuyó a sí mismo la jurisdicción de la judería en la archidiócesis sevillana y exigió a localidades como Alcalá de Guadaira o la misma Ecija, que expulsaran a los judíos. Sus sermones, además, no pueden catalogarse como tal, sino que eran verdaderas soflamas antisemitas día sí y día también. Eran culpables de todo.

Los judíos de Sevilla, alarmados, indignados y estupefactos, pidieron ayuda al rey Enrique II y, en 1378, el arcediano recibió una carta real en la que se le recordaba que los judíos de Castilla eran propiedad real -no de la Iglesia- y que, por lo tanto, en el futuro, se abstuviera de inmiscuirse en la vida de los judíos, no incitara a los cristianos a odiarlos y, por supuesto, no permitirse ejercer jurisdicción alguna sobre ellos, pues ni le correspondía ni le competía.
Pero parece ser que el trastorno mental del odio no desaparecía. Cuatro años después de haber sido apercibido por el monarca, la comunidad judía de Sevilla tuvo que escribir otra queja formal, esta vez dirigida al rey Juan I. En 1382, este rey escribe al arcediano para reprenderle severamente, ordenándole desistir de su actitud intolerable so pena de sufrir castigo por ello.
Yehudá Ben Abraham, de profesión pañero -comerciante de paños- en nombre de toda la comunidad judía hispalense, denunció en 1382 al arcediano de Ecija ante los alcaldes mayores de Sevilla, Ferrán González y Ruy Pérez. El arcediano contestó que seguiría actuando como hasta entonces había hecho porque todo lo que hacía lo hacía por el bien de la Iglesia y, por tanto, en favor del rey mismo. Una gran falacia. Además, aprovechó la ocasión y acusó a los judíos de haberle querido sobornar con 10.000 doblones de oro para que dictara sentencia a favor de los hebreos en cierto entuerto del que no sabe sino dudar. El cabildo catedralicio intervino enviando a dos de sus miembros al rey, al que advirtieron que la justicia civil no tenía jurisdicción sobre el arcediano, sujeto en todo caso al derecho canónico, y argumentaron también que la seguridad de los judíos no estaba en peligro. Una gran mentira.
Leonor de Aragón, hija del rey Pedro IV de Aragón y Leonor de Sicilia, esposa del rey Juan I, intercedió por el arcediano y consiguió, con malas artes, que el rey se pusiera de parte del clérigo antisemita. Poco después, Leonor de Aragón moría dando a luz .
El arzobispo Barroso se vio obligado a tomar cartas en el asunto: reunió una comisión de teólogos y expertos en derecho canónico, ante la cual llamó a declarar a Ferrán Martínez, el arcediano de Ecija, que no se presentó, por lo que se le prohibió ejercer sus funciones eclesiásticas y tomar ningún tipo de decisiones judiciales, bajo pena de excomunión.
Pero en 1390, en un periodo de tres meses, mueren tanto el rey como el arzobispo. El sucesor real, Enrique III, es menor de edad -tiene once años- y aprovechando la coyuntura, el vacío de poder, etc., el cabildo catedralicio nombra vicario a Ferrán Martínez. Antres de que acabase el año, el 8 de diciembre de 1390, el arcediano envía una orden a toda la diócesis para cumplir, bajo pena de excomunión, las instrucciones para destruir todas la sinagogas sevillanas y, después, enviarle todas las menorot que allí hubiere, todos los libros en hebreo y por supuesto todos los Sifrei Torá -Los Libros de La Ley- que allí se encontraren. Los primeros en acatar las ordenes fueron los arcedianos -los mandamases catedralicios- de Écija y Alcalá de Guadaira, a las que siguieron otras localidades.
Los judíos sevillanos volvieron a quejarse al rey el 15 de diciembre de 1390. El rey ordenó se reconstruyeran las sinagogas y se devolviera absolutamente todo lo expoliado. También dio órdenes estrictas de deponer a Ferrán Martínez de sus cargos y enviarlo a donde no pudiera hacer más daño. El arcediano se defendió arguyendo que la justicia de la iglesia estaba por encima de la civil y que por eso tenía el respaldo y aprobación de toda la población cristiana de Sevilla.
En marzo de 1391, momento nefasto, se produjo el primer levantamiento anti-judío, con varias muertes; pero era sólo el comienzo del fin: la revuelta más importante y decisiva ocurrió varios meses después, concretamente el 6 de junio, con el asalto a la judería de Sevilla, el Barrio de Santa Cruz, hoy; en la matanza y saqueo, (el término pogromo no aplica sino para las masacres zaristas del S XIX) miles de judíos fueron asesinados. Dicen que 4000 fueron las víctimas mortales. Benditas sean sus memorias.
Los que no perecieron asesinados fueron obligados a convertirse al cristianismo para mantener la vida. Los protagonistas del tumulto, los seguidores de Ferrán Martínez y sus secuaces, eran conocidos ya como matadores de judíos..
Por las cartas de la aljama sevillana enviadas a las Cortes sabemos que algunos nobles trataron de ayudar a los judíos; entre ellos, el conde de Niebla, Juan Alfonso, y el alguacil mayor, Álvar Pérez de Guzmán. Pero no sirvió de nada. De hecho, la masacre sevillana sólo fue la mecha que encendió las matanzas de otras aljamas.

El movimiento se extendió no sólo por toda la Corona de Castilla sino también por la de Aragón. La violencia se propagó rauda y veloz desde los alrededores de Sevilla y, desde la baja Andalucía, pasando, a mediados de junio, a Córdoba, luego a Andújar, Úbeda, Baeza; asesinatos, robos, violaciones, saqueos, incendios. La ola anti-judía llega pronto a Ciudad Real, a Toledo, a Cuenca, a Valencia -donde la judería fue completamente destruida y los judíos huyen a refugiarse en la judería cercana de Sagunto, donde se salvaron refugiados en el castillo. Y llega la violencia hasta Castellón, Palma de Mallorca, Barcelona, donde el cinco de agosto se perpetró la matanza que marcaría la ciudad de por vida, poniendo nombre a una calle de la judería en nombre del dominico que encabezó el esta masacre-hasta hace unos días con el cambio de nombre al de calle de Ben Aderet. En Barcelona murieron asesinados trescientos judíos y la mayor parte de los que quedaron con vida la conservaron porque acataron el bautismo forzoso. Los que abandonaron la Península Ibérica se refugiaron en lugares como DEBDÚ
“(…) Perdiéronse por este levantamiento en este tiempo las aljamas de los judíos
de Sevilla, e Córdoba, e Burgos, e Toledo, e Logroño e otras muchas del
regno; e en Aragón, las de Barcelona e Valencia, e otras muchas; e los que
escaparon quedaron muy pobres, dando muy grandes dádivas a los señores
por ser guardados de tan grand tribulaciónCrónica de Pedro López de Ayala
La sede arzobispal sevillana estuvo vacante hasta 1394. Con la llegada de un nuevo arzobispo en el cargo (Gonzalo de Mena y Roelas) y con el rey Enrique III ya en ejercicio pleno de su cargo (desde el 2 de agosto de 1393, con trece años), Ferrán Martínez fue encarcelado durante un breve tiempo en 1395.
Su nada despreciable fortuna la donó antes de morir al Hospital de Santa María de Sevilla, que él mismo había fundado. Se le veneró popularmente como santo.
Por si fuera poco, a partir de la matanza general de 1391, los monarcas hispánicos aplicarán medidas más restrictivas contra los judíos que quedaron vivos o sin convertir al cristianismo, manifestando estas medidas en el Ordenamiento de Valladolid de 1405, también conocidas como Leyes de Ayllón. Todo esto y más, en la obra de uno de los mayores historiadores del mundo hispano-hebreo, BENTZION NETANIHAU
Bendita sea por siempre la memoria de todas las víctimas de estos episodios de nuestra historia.