
Historia de un médico con orígenes en Lorca, pero vecino de Alcañiz, de cuya judería quizás sea su más famoso nombre.
En la comarca del Bajo Aragón, provincia de Teruel, se encuentra la localidad de Alcañiz, rodeada por el meandro del río Guadalope, cuyo cañizo da nombre a la capital comarcal del histórico Bajo Aragón. Reconquistada dos veces a los musulmanes, la villa fue entregada por el rey a la Orden de Calatrava, cuyo imponente castillo en Alcañiz hoy es Parador Nacional.

Fue desde bien antiguo sede de importante judería aragonesa. De hecho hubo dos núcleos habitacionales, hoy los barrios de San Jaime o Santiago y el del Arrabal o San Juan. Parece ser que el primer asentamiento judío fue el de 30 familias hebreas que, expulsadas de Francia, obtuvieron el favor real de Juan II para habitar en la villa en 1306 (el mismo año de la segunda expulsión de las cuatro que hubo en Francia) En la segunda mitad del S XIV , Pedro IV concede mismo favor a otras treinta familias judías para habitar en Alcañiz, aljama que en 1381 -diez años antes del principio del fin- reunía a las juderías de Maella, Mazaleón, La Fresneda, Caspe y Castellote.
Una de esas familias reasentadas en Alcañiz llegó desde Lorca (hoy en la provincia de Murcia) Yosef ben Yehoshua ibn Vives al-Lorki, que así se llamaba su padre, era médico (físico, se llamaba entonces al doctor en medicina) Fue quien revisó la traducción que hiciera YEHUDÁ BEN SHAÚL IBN TIBON de la obra de Ha´Rambám «Las palabras de la lógica». Su hijo, que se llamaba como el padre, también se dedicó a curar enfermos mediante hierbas, sangrías y saberes medievales del arte de la sanación de males. Y por encargo del rico Bemveniste ben Solomon ben Labi compuso en árabe un tratado sobre la industria de la farmacopea. Yosef Vidal, el hijo de Benveniste, lo tradujo al hebreo. (De donde se infiere que no sabía hebreo, dato a tener cuenta para entender otros hechos de su vida)
En latín, o quizás hasta en la incipiente lengua castellana -el romance- se escribía con Shmuel Halevy, rabino mayor de Burgos; dicho rabino, después de las masacres antijudías de 1391 – y tras haber oído predicar al gran antisemita valenciano llamado Vicente Ferrer- abjuró del judaísmo, se convirtió al cristianismo y se bautizó con el nombre de Pablo García de Santa María; comenzó una carrera eclesiástica y llegó a ser obispo coincidiendo con los más graves pogromos sufridos por los judíos en Sfarad.
La obra por la cual accedió a fama internacional fue «El Burgense», oficialmente titulada Scrutiniun Scripturaru, donde expone los que , según él, son los errores del judaísmo, rebatiéndolos con los presupuestos de la fe cristiana.
Vicente Ferrer, dominico valenciano beatificado, fue representante del Reino de Valencia en los Compromisos de Caspe, es decir, estuvo en Alcañiz predicando, evangelizando y pidiendo la conversión de los judíos (como hoy siguen haciendo las sectas mesiánicas) Yehoshúa HaLorkí, como hiciera su amigo el rabino de Burgos, fue uno de los que en 1412, ya en los últimos años de su vida, optó por ser bautizado con el nombre de Hyeronimus di Sancta Fide. (Jerónimo significa Sagrado Nombre, del griego Hieros -santo- y el latín nomine, nominar. -nombre) Jerónimo de Sta. Fe.
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El anti-papa Benedicto XIII, alias el Papa Luna, que tenía a Yehoshúa HaLorkí como médico personal en su fortaleza de Peñíscola, decidió convocar – a imitación de la previa Disputa de Barcelona- la DISPUTA DE TORTOSA Para defender la supremacía de la fe cristiana sobre la judía se eligió como portavoz general al de Lorca, reciente Jerónimo de Sta. Fe. Por eso los judíos lo llamaron HaMegadef, palabra creada en acróstico de las iniciales de su nuevo nombre.
Tras su conversión, escribió en latín De iudaicis erroribus ex Talmut (traducido como «Errores y falsedades del Talmud»). Recordemos que no sabía hebreo, así que no sabemos cómo leyó el Talmud.
Tras la Disputa de Tortosa, las conversiones fueron un fenómeno sociológico común entre muchos judíos. La aljama de Alcañiz fue disuelta por eso mismo, pues abjuraron en masa en octubre de 1414, inducidos a ello tras la prohibición a cualquier hebreo de residir en la villa, barrio o aldea- o estar en ella más de tres jornadas, ampliadas a quince si fuera en tiempo de feria (Laliena 1988, 126).